Una de las cosas que más me gustó de viajar durante seis meses por el sudeste asiático fue la posibilidad de hacerlo sin prisas y sin mayor plazo que el que marcaba el visado de entrada a cada país. Normalmente, de un mes de duración aunque casi siempre con la posibilidad de ampliarlo ya fuese directamente o saliendo del país para volver a entrar al cabo de un par de días. No hubo país en el que esos 30 días fueran suficientes. De ahí que Malasia sumara el primer punto a su favor: 3 meses de visado.
Sabía que no iba a agotar los 90 días de permiso salvo que algo inesperado cambiara por completo todos mis planes, pero saberse con el tiempo suficiente para ir con tranquilidad hizo que acabara por pasar no tres, pero sí dos meses en un país que no entiendo que se mantenga como ‘el patito feo’ del sudeste asiático cuando tiene tanto que ofrecer a los visitantes. La gente se sorprende cuando digo que pasé dos de los seis meses de mi viaje explorando el país. Siempre respondo que Malasia es un país tan caleidoscópico que no te lo acabas. Tiene playas paradisíacas y menos masificadas que las tailandesas -y eso es una maravilla-, selvas exuberantes, islas casi abandonadas, ciudades coloniales y una capital, Kuala Lumpur, de la que me declaro fan incondicional. Luego llega la explosión de sabores de una gastronomía deliciosa y el mestizaje de su gente. Pero como todo esto son cosas que bien podrían servir para casi todos los países de la zona, aquí os dejo realmente 7 motivos por los que merece la pena perderse un tiempo por la mayor economía del sudeste asiático:
1. LAS ISLAS PERHENTIANS
Si cierro los ojos y rememoro algunos de los momentos más felices del viaje no puedo evitar trasladarme a estas islas ubicadas al noreste de Malasia. Días de completa calma en los que la escritura, la meditación, la siesta y un mar cristalino en el que me sumergía cada dos por tres fueron todo lo que necesitaba. Apenas socialicé. Simplemente disfruté de mi propia compañía en un estado que debe asemejarse al Nirvana. Allí, el budismo daba paso a la religión musulmana y a una llamada a la oración casi hipnótica que añadía más encanto, si cabe, a este trocito de paraíso.
Pasar unos días en estas islas resulta algo más caro que hacerlo en el continente, pero merece la pena la excursión hasta el muelle de Kuala Besut y alojarse, después, en una cabaña en la playa. Y bucear por sus aguas en busca de tortugas marinas. Aquí os conté hace un tiempo cómo había sido la experiencia y también más detalles e información sobre las Perhentians, mis playas favoritas del sudeste asiático por detrás, claro está, de El Nido.
2. BORNEO
Otra isla, aunque en esta ocasión nada tiene que ver con aguas cristalinas y playas de arena blanca. Borneo tiene playas, algunas de las mejores del planeta dicen que para sumergirse en las profundidades oceánicas, pero el flechazo no me llegó por esa vía. Borneo me enamoró sin más. No sabría explicarlo más allá de que el simple hecho de estar pisando Borneo ya me hacía sentir mariposas en el estómago.
Dos de las ocho semanas que pasé en Malasia fueron en Borneo, aunque realmente exploré la isla. Eso no sé si es bueno o malo. Solo sé que me quedé atrapada en Kuching durante una semana. Llegué a perder un vuelo y comprar otro para alargar mi estancia en una ciudad que tiene algo y que no sabría definir ni explicar. Como en las Perhentians, fueron días de felicidad calmada. Escribí mucho, paseé casi más y dediqué tiempo a los placeres más simples como un buen café o una buena conversación con gene interesante que se cruzó en mi camino. Mi estado físico no fue el mejor para adentrarme en los grandes Parques Nacionales de la zona, pero sí para descubrir la fascinación por los orangutanes y confirmar que no hay paisaje que me atrape más que aquel que mezcla selva y océano. Y ese paisaje estaba en el Bako National Park, indiscutible número 1 entre los parques visitados durante esos 6 meses.
Viajar a Borneo es descubrir una Malasia diferente a las ya de por sí múltiples caras de este país. El orgullo patrio de los habitantes del estado de Sarawak, su deliciosa cocina -pude disfrutarla en este curso de cocina-, la cultura del tattoo y el mestizaje de Kota Kinabalu… Borneo es magia pura y su naturaleza, la más exuberante de todas junto a la de Filipinas.
3. GEORGETOWN
El arte urbano de Georgetown bien merece una parada en Penang. Otra de las muchas islas que orbitan alrededor de la península malaya. De hecho, Georgetown resulta ser una Malasia en miniatura con sus malayos, chinos e hindúes conviviendo entre edificios coloniales que ponen color a las calles. Dicen, además, que la mejor gastronomía del país se encuentra aquí. Doy fe de lo deliciosa que resulta la comida callejera en Georgetown, aunque también fue allí dónde me encontré con el plato más picante de mi vida. Fui incapaz de terminarlo.
El ambiente colonial que respira la ciudad de Georgetown te transporta a otra época, pero es su arte callejero que comentaba antes el que la convierte en especial. Malaca también es una ciudad de pasado colonial, pero a mí me dejó bastante indiferente. No Georgetown. Su arte, sus tiendas ‘bonitas’ y sus cafeterías modernas -café del bueno, gracias- son un ‘must obligado.
4. KUALA LUMPUR
Escribiendo este post me estoy dando cuenta de que Malasia es muy difícil de explicar. ¿Por qué me enamora Kuala Lumpur? No sabría encontrar el motivo como tampoco de Kuching, por ejemplo. Solo sé que de todas las grandes ciudades asiáticas que he visitado, KL es mi favorita. Y reconozco que no tiene nada de especial más allá de las increíbles Torres Petronas, que por ellas solas ya merecen una visita. Pero en las casi dos semanas que acabé pasando en la capital entre idas y venidas viví experiencias inolvidables y disfruté de lo lindo con la cultura y el espíritu moderno que se respira entre rascacielos.
En Kuala Lumpur una se siente como en casa, pero lejos. Parece una gran ciudad occidental, pero sin perder la esencia oriental que te devuelve a la realidad. Y el lujo económico reconozco que me conquistó. Eso de poder disponer de una habitación de 5 estrellas por 50 euros y nadar en una piscina infinita con vistas a la ciudad… OMG!
5. TIOMAN
Esta pequeña isla al sureste de Malasia podría ser el fiel reflejo de una isla abandonada. Cortes de electricidad, señal de wifi casi inexistente y un puñado de cabañas desperdigadas por la playa y restaurantes, todavía en menor número, en los que la paciencia te la sirven como primer plato. El tiempo se para en Tioman y también la reconstrucción de una isla demasiado castigada por los monzones.
Pasear por ella es incluso desolador a veces. Edificios en ruinas o sin terminar junto a playas con apenas dos metros de arena blanca y agua, eso sí, turquesa y transparente. No hay mucho que hacer en Tioman más allá de bañarse, comer y relajarse con una cerveza fría -cuando lo están-, un buen libro y una buena conversación. Si tenéis pensado ir, por cierto, mirad bien las fechas ya que el ferry deja de funcionar cuando llegan las lluvias. La isla queda ‘clausurada’ durante algunos meses del año.
6. CAMERON HIGHLANDS Y TAMAN NEGARA
Estas dos paradas yo diría que obligadas en Malasia son el máximo exponente de la exuberancia natural de Malasia sin tener en cuenta Borneo. Una exuberancia, además, distinta. Por un lado, el paisaje casi de cuento de hadas de las infinitas plantaciones de té de las Cameron Highlands y, por otro, la selva más antigua del planeta. Más incluso que el Amazonas.
El verde adquiere en estos dos lugares tonalidades imposibles. No es fácil llegar a ambos lugares y hay que estar preparado tanto para un clima algo más fresquito que en el resto del país como para los mareos que conllevan carreteras imposibles. Los autocares, por eso, son mucho más seguros que en otro países salvo que tengas la mala suerte de que te toque un fitipaldi al volante. ¡Qué los hay!
Aire fresco, naturaleza en estado puro y una calma que permite olvidarse de todo y simplemente sentirse vivo. Recuerdo que fue allí cuando empecé a soltar lastre y sentir que ese viaje solo me pertenecía a mí y a nadie más.
7. LA GASTRONOMÍA
La gastronomía malaya nada tiene que envidiar a la de países como Tailandia o Vietnam. De hecho, me atrevería a decir que es una mezcla de lo mejor de ambas con un toque añadido de las gastronomías hindú y china. Un buen cocktail de influencias que se traduce en sabores exquisitos y, a veces, excesivo picante.
La comida, como en la mayoría de países de la zona, está muy presente en Malasia y los mercados callejeros son el mejor lugar para experimentar esa gran variedad de platos. Las indispensables sopas de noodles son mi debilidad. Bueno, lo son en cualquier país. Da igual si el termómetro no baja de los 30 grados y en Malasia las comí deliciosas en las Perhentians o en Georgetown, por ejemplo. También fue allí dónde probé una especialidad hindú que podría asemejarse a nuestra tortilla de patatas en la forma, que no en el sabor. Rellena de verduras o de carne, resulta curioso como plato. O el mejor pollo tandoori o el lado más sabroso de los platos de verduras chinos.
La versatilidad de la gastronomía malaya hace imposible el cansarse de ella. Eso sí, esa diversidad hay que buscarla porque suele concentrarse por barrios. Es decir, en Little India no esperes encontrar restaurantes que no sean hindúes ni en Chinatown otra cosa que comida china. Lógico. El problema llega cuando te encuentras en pequeños pueblos en los que predomina una población sobre el resto. Prepárate entonces para comer un único tipo de comida durante varios días. Sucedió, por ejemplo, en las Cameron Highlands. Toco ‘aborrecer’ durante dos días la comida hindú. Por suerte, en las ciudades grandes eso no sucede y mucho menos en Kuala Lumpur. Todavía recuerdo unas deliciosas costillas de cerdo… ¡estilo balinés!
Podría seguir hablando de Malasia sin cansarme, pero no quiero que vosotros lo hagáis por mí. La amabilidad de su gente, su cultura… pero casi mejor que la descubráis vosotras mismas. Así que resumiendo, Malasia es una buena opción para quién busque un destino menos masificado en el sudeste asiático. El país cuenta con rincones paradisíacos y mejor conservados, sus playas son tan cristalinas y maravillosas como las tailandesas y la naturaleza, exuberante. Sus ciudades, desde Kuala Lumpur a Georgetown, son urbanitas, pero sin perder la esencia oriental y, lo mejor, no todo está pensado para el turista. Un ejemplo, la ciudad de Kota Bahru. No la recomiendo en exceso, pero encontrarse en medio de la ciudad más musulmana del país es toda una experiencia… incómoda, pero interesante.
Malasia es segura y fácil de recorrer. No hay tantos viajeros -si lo que se busca es básicamente un ambiente festivo, no es el país más adecuado-, pero se encuentran. ¿Cosas malas de Malasia? Como mujer una se puede sentir más observada que en Tailandia, por ejemplo, pero sin ser peligroso. No hay que olvidar que se trata de un país musulmán y, eso sí, la religión está muy presente en el país. Eso también se nota. Reconozco que me costó unos días aceptar, que no acostumbrarme, a ver mujeres con burka paseando por la calle o haciendo snorkel. Dicho sea, la mayoría de estas mujeres no eran malayas sino turistas de Oriente Próximo. Aun así, es algo que por lo menos a mí me impactó considerablemente.
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