Lo confieso. De vez en cuando me gusta dejar de ser mochilera y entregarme al lujo de una cama queen size, un baño en el que sea un dilema elegir entre ducha o bañera, televisión… y hasta servicio de habitaciones. Y pocas ciudades te ofrecen la posibilidad de darte un capricho tan reparador como Kuala Lumpur.
El lujo es barato en la capital de Malasia. Incluso para quienes recalan en KL con un presupuesto ajustado y un plan de viaje de larga duración. Todo el mundo puede disfrutar de la comodidad de un hotel de cinco estrellas por lo que pagaría por una habitación normal en Barcelona, Madrid o Europa. O incluso menos. De ahí que estos últimos días en Malasia me haya entregado a la vida de alto nivel con el único ‘remordimiento’ de cruzar imponentes halls con mis botas de trekking colgando de una de mis dos mochilas.
¿Qué son 4 días en un total de 113 días de viaje? Un regalo totalmente merecido para coger fuerzas para las próximas semanas en Indonesia. Teniendo en cuenta lo complicado que resultó ayer entrar en Java, las necesitaré.
Pero volvamos al motivo de este post. El lujo asequible de la que es, probablemente, la capital más desconocida del sudeste asiático. La oferta es desbordante. Solo hace falta entrar en un buscador como Booking y volverse loco ante tal cantidad de hoteles en los que una puede alojarse.
Bukit Bintang es la mejor zona si se quiere disfrutar de la vida nocturna sin desplazarse en exceso y todo está relativamente cerca en transporte público y caminando. Allí me instalé los primeros días en el Oscar Guesthouse y en The Federal. En este hotel, sin embargo, solo estuve una noche y, en comparación con los de esta segunda vez, no merece la pena si de lujo se trata.
Por el mismo precio –unos 50 euros la noche– una puede disfrutar de una suite con un amplio comedor-cocina, una cama de esas en las que desapareces, televisión por satélite y un baño más grande que muchos comedores. Ese fue el caso de mis tres noches en el Ramada Plaza. Las vistas desde la planta 15 eran, pese a la bruma, espectaculares. Hasta escribir desde allí resultaba diferente.
Y el servicio de habitaciones, eficaz. Fue mi primera vez tras un largo día en el circuito de Sepang. Dudé, pero finalmente me decidí a descolgar el teléfono para pedir un sandwich y allí, sentada en el cómodo sofá de la sala de estar y con el Hobbit de fondo en la televisión, disfruté de uno de esos momentos en los que una se siente a gusto con la vida. Podría vivir así un tiempo, me dije, y me fui a dormir tras pasarme unos minutos descubriendo cómo apagar las mil quinientas luces de esa suite.
No fue hasta el tercer día cuando descubrí la piscina infinita de la sexta planta. Algunos ya habréis visto la foto, pero darse un baño allí… en ese momento volví a darme cuenta de lo afortunada que soy por estar viviendo esta aventura. Todavía a veces, cuando lo pienso, no soy del todo consciente de lo especial que resultan cosas como esa, como bañarse en una piscina infinita ante los rascacielos de Kuala Lumpur o estar ahora en Jakarta esperando a que llegue Evi para iniciar una nueva aventura en Indonesia con dos amigas que han querido venir hasta aquí para viajar conmigo.
No sé qué pasará en el futuro, pero sí que pase lo que pase siempre podré mirarle a los ojos y decir eso de que «me quiten lo bailado». Ah, el Ramada Plaza está a solo cinco minutos de KL Sentral. Una ubicación perfecta para llegar en cuestión de minutos a cualquier lugar de la ciudad en transporte público.
Mis cuatro días de ‘marquesa’, sin embargo, comenzaron algo lejos de la city. Fue en Cyberjaya, a medio camino entre KL y el aeropuerto. Me instalé allí junto al equipo Aspar de MotoGP y, por 55 euros, disfruté de un ‘chalet’ con terraza y bañera -empiezan a ser una obsesión- de esas en las que sumergirse durante un buen rato.
Perdido en medio de la nada, el Cyberview Resort&Spa es un remanso de paz con sus tres piscinas y sus jardines en los que resulta imposible no perderse de camino al restaurante o a la habitación. Y caerse. Pero eso ya es otra historia de la que da fe mi pierna amoratada. Volé literalmente antes de aterrizar derrapando sobre la hierba del resort. Por suerte, nadie me vio. La gente ya se había marchado al circuito.
Si tuviera que elegir, sin embargo, optaría por el lujo en la ciudad. Demasiado alejado de todo, no resulta ni fácil ni barato llegar al Cyberview si no dispones de coche de alquiler. Eso sí, allí viví uno de los momentazos del viaje: ¡conectar el iphone a los altavoces de la habitación y escuchar a todo volumen a Izal y Love of Lesbian! No salté en la cama por compostura y por estar esperando que me trajeran las mochilas. Pequeños momentos de felicidad como lo fue también la cena compartida allí con personas de esas que sabes que son buena gente y con las que no te importaría tener más contacto porque sabes que solo pueden aportarte cosas buenas. Disfruté de la ‘vuelta’ a los circuitos.
Y eso, las cosas buenas, son las que al final importan. El lujo puede ser una de ellas, pero no la más importante. Las personas, los pequeños detalles… y el dinero, lo poco o mucho que se tenga, debería servir para contribuir a tener más de ellos, no a hacernos más miserables. A veces nos olvidamos que el simple hecho de acumularlo no da la felicidad. Así que, un consejo, si visitáis Kuala Lumpur daros el gusto. Una noche no hace daño a nadie, eso sí, aviso: ¡Qué rápido se acostumbra una a la buena vida!
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