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Noche de tapas y tertulia en Kuala Lumpur

Me pregunto si algún día seré capaz de terminar la lista de post pendientes que sigue creciendo incluso en los días en los que, como esta semana, he aparcado el viajar de un lado para otro y me he instalado en las afueras de Kuala Lumpur. La idea era descansar, ahorrar y escribir y escribir como si no hubiera mañana y todo lo que quiero contar tuviera que ser dicho antes de volver a la carretera.

De los tres objetivos digamos que he cumplido dos y medio. He descansado y escrito considerablemente sentada junto a mi amiga Kalwant. Ella trabajaba testando proyectos para una empresa de Perth y yo escribía y enviaba mails. Pero la lista de artículos no se reduce ni aun teniendo varios en la recámara esperando para ser publicados. Lo de ahorrar dejémoslo en el aire. Me ahorro alojamiento y desayuno, pero vivir con una local también implica salir con ella y sus amigos o acabar cenando en un español llamado La Bodega y pagando más de la cuenta por una tortilla de patatas que se asemeja muy de lejos a la de tu madre.

Los champiñones al ajillo estaban ricos, aunque con excesiva crema. Y el bacalao a la vizcaína customizado, es decir, picaba lo que no estaba escrito para mí, no para los malayos. Son los riesgos de la comida española hecha por malayos en un restaurante español, pero de propiedad inglesa. Sí, mi indignación fue considerable cuando un camarero me contó que el dueño era británico. ¿Qué estamos haciendo mal?

Muchas cosas. Aunque tranquilos, no es un post pensado para empezar con una larga lista de quejas y cosas que podrían mejorarse. Desde hace unos meses estoy instalada en la filosofía de la no queja y, aunque no siempre es fácil mantenerse firme, tengo claro que este no es el lugar en el que flaquear. De hecho, si obviamos lo sosa que estaba la tortilla, la noche en La Bodega fue una gran noche. Nada espectacular en plan fiesta, amigos y descontrol, no os penséis. Simplemente una noche de charla tranquila en la que eres consciente de estar viviendo algo realmente especial. No solo en ese momento, sino en todo este viaje. Y esa consciencia te hace disfrutar todavía más de los pequeños grandes momentos.

Un par de copas de vino blanco y una charla sobre viajes que no sé cómo acabó derivando en política. Yo intentando explicar lo que sucede en Catalunya, la proximidad de las elecciones y el retroceso que estamos viviendo en algunas libertades básicas. Kalwant hablando sobre la agitada situación que vive Malasia y el peligro  que corre la integración racial de la que tanto presume en el país y su tía, americana, hablando de aquí y de allí, demócrata ella y muy entusiasta. Cuando nos dimos cuenta habían pasado dos horas y algo de charla política, social y vital entre tapa y tapa. Lo sé, puede sonar a una noche más o, incluso, a una noche aburrida si no os gusta la política. Pero no lo fue.

Si viajar sola me resulta tan fascinante es, precisamente, por la capacidad que el viaje tiene de generar situaciones y momentos de este tipo. Cierto, era una charla más como algunas que podría tener con mis amigos en Barcelona -cuánto las echo de menos, las charlas, de lo que sean-. O, por lo menos, la base lo era. Tres mujeres hablando junto a unas copas de vino. Sí. Pero cada una de su madre y de su padre -Malasia, España y Estados Unidos- y de diferentes edades -32, 37 y 49- y con experiencias y puntos de vista y cultura diferentes. Tres circunstancias que le dan un plus y que te permiten aprender y seguir abriendo tu mente que, al fin y al cabo, es uno de los mejores efectos secundarios que tiene el viajar sola por el mundo.

Te das cuenta de que todos somos tan diferentes como parecidos. Y que tus problemas e incluso los de tu país no son ni tan especiales ni importantes. Muchos de ellos son universales y eso también te hace ver las cosas con perspectiva y relativizarlas. Y si, además, todo esto lo haces en inglés, ¡alegría máxima! Puede parecer una tontería, pero no lo es. Cuando una coge consciencia de que se ha pasado tres horas hablando en inglés como si lo hiciera en castellano o catalán siente un subidón de esos que van directos a la autoestima. Y se sube en el coche feliz, feliz por haber vivido ese momento impensable en Barcelona y feliz por recordar que es capaz de muchas más cosas de las que cree.

No voy a presumir aquí de inglés nativo, por que no es el caso y los errores y los momentos eso de «mierda, no sé como decir lo que quiero decir» son mucho, pero sí de lo mucho que lo mejora el hecho de dar vueltas por el mundo hablando con gente de aquí y de allá. Y esto me hace pensar en un futuro post: motivos por los que una (o uno, no vamos a discriminar a nadie) debería viajar sola. Lo dicho, ¡la lista no deja de crecer!

 

La prueba del delito

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2 Comments

  • El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
    26 septiembre, 2015 at 0:52

    La semana pasada viví uno de estos momentos de magia caída del cielo; en Barcelona; con gente americana, ingleses, galeses… todos juntos en un momento dado, casi por azar; unos días antes sólo conocía a una de las chicas; unas semanas atrás estábamos todos repartidos, cada uno en una punta del mundo; pero esa noche se creó un extraño cocktail, en un cruce de caminos y de coincidencias que dio pie a escenas irrepetibles; de esas que, mientras las estás viviendo, sabes que tienes que sentir bien fuerte para que se te queden impregnadas en la memoria y en el alma. Sólo por estos pequeños momentos de magia ya vale la pena vivir, y hacerlo como a uno le dé la gana…

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    • Laura R.
      30 septiembre, 2015 at 12:27

      Amén! Y amen, que también es importante, jeje!

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