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Colombia y el ‘volver a viajar’

Escribo desde Bogotá. Anoche aterricé en Colombia tras un interesante vuelo de 10 horas en el que volví a confirmar un talento innato para no hacer nada durante las largas horas de un vuelo transoceánico: dos horas de sueño, un par más de lectura, algo de música de fondo y dejarse vencer por el paso de las horas.

Mi mente se relaja en los aviones. Las alturas deben provocar un efecto algo extraño en mis neuronas porque las conexiones entre ellas desaceleran hasta calmarse y los pensamientos se detienen casi por completo. No es que deje de pensar, pero casi. No hay ruido ni excesivas preocupaciones. Podría decirse que también yo entro en modo avión ante un vuelo de larga distancia. Y es de agradecer, especialmente si en las horas previas vivo acelerada y ansiosa. Más de lo normal o, por lo menos, si lo comparamos con mi época más viajera.

“Antes no era así”, le repetía a mi hermano mientras comíamos juntos en el aeropuerto. Tenía razón. Antes tampoco vivía en un estado casi permanente de alerta y ansiedad, así que era normal que estuviera más nerviosa o alterada de lo normal, preocupada por no olvidarme nada importante y, sobre todo, por cómo iría el viaje. Parece mentira, pero volver a viajar me ha angustiado en estos últimos días. Casi a partes iguales con la ilusión que me provoca el descubrir Colombia.

Sé que este viaje es solo un viaje. Especial por muchos motivos, pero un viaje más. La gente se va de viaje o hace vacaciones constantemente. Y estas tres semanas en Colombia son eso: un viaje, unas vacaciones. Aun así, no puedo evitar vivirlas como algo más trascendente o vital con la consecuente presión – y ansiedad previa- que ello conlleva.

Durante años convertí el viajar sola en algo que me definía, pero sobre todo que me permitía explicarme un relato a mí misma de quién era. Relato que además compartía con quién quisiera leerme en La Nomadista. Quería dedicarme a ello, dejé el trabajo -me ahorro detalles que muchas ya sabéis y que podéis encontrar aquí- y me dibujé una vida que ahora sé que escondía muchas cosas. Esas cosas son un tema recurrente en terapia.

Viajar y escribir. Ambas cosas entraron en crisis en Sri Lanka 2019… y de ahí todas esas cosas de las que hablo en terapia y que intento, más de tres años después, empezar a recolocar. No en el mismo sitio, sino en otro distinto y desde el cual poder volver a disfrutar de ellas sin grandes expectativas. No resulta fácil. Llevo bloqueada creativamente desde hace demasiado tiempo y me asusta no responder a las dificultades o al viaje en sí de la manera en que lo hacía antes, sin miedo, con confianza.

Lo de las expectativas, como veis, lo sigo llevando regulero. Todavía no he aprendido a exigirme menos. Por eso, este ‘volver a viajar’ me ha llenado de miedos -saldrá bien, sabré viajar en pareja, y si no me gusta viajar como antes…- y de exigencias con respecto al disfrute, pero sobre todo con la escritura. Y aquí estoy, escribiendo y plasmando todo esto en un texto que no creo que pueda interesar a nadie -el juicio interior, de nuevo-. Pero por algo se empieza.

No sé si escribiré durante el viaje. Puede que no me apetezca, que me de miedo la página en blanco – sensación extraña que llevo unas semanas experimentando aun sin ponerme delante de ella-, pero quiero intentarlo. Llevo demasiado tiempo sin expresarme a través de la escritura pese a saber que es algo que forma parte de mí y que necesito.

Me sienta bien, diría que por momentos hasta me hace feliz, observar cómo las palabras salen casi de manera espontánea y el texto fluye sin más. Me gusta y me gusto así. Ahora mismo sonrío.

Bogotá empieza a oscurecerse. Tengo jetlag y el mal de altura me ha golpeado cuando he intentado pasear hasta la Candelaria y el Museo del Oro. Solo era una caminata de unos 25 minutos, pero la gente, la música y las mil paradas de objetos en venta se me han hecho un mundo por el que me sentía flotar y a punto de desfallecer. He dado la vuelta y desde hace unas horas estoy en esta habitación-apartamento de hotel escuchando música, y escribiendo.

Ahora pediré un plato de fruta y queso al room service. El cuerpo me pide algo fresco y sano tras un largo viaje y unas primeras horas en Colombia algo agotadoras y seguiré con mi tarde de relax y aclimatación a los 2.600 metros de altura de Bogotá hasta que J. aterrice esta noche en El Dorado.

Mañana más… o no. Acabo de releer el último post de ¡enero! Y está claro que tengo poca o nula credibilidad en esto de escribir. Aunque suscribo todo lo escrito entonces. La apariencia de este blog-web cambiará, de hecho, se quedó a medias. Ahora bien, no sé cuándo.

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