Hace solo cinco años que Myanmar decidió abrir sus fronteras al mundo. Todavía siguen existiendo rincones inaccesibles para los extranjeros que visitan el país, pero es de esperar que las últimas barreras vayan desapareciendo poco a poco. Este domingo, el país celebró sus segundas elecciones ‘democráticas’.
Las dudas y las sospechas marcaron una cita sobra la que la mayoría de birmanos con los que pude hablar durante mi viaje se mostraban escépticos. Los militares se aseguraron el 25% de la representación parlamentaria y el derecho a veto sobre una constitución pensada, además de para perpetuarse en el poder, para evitar el acceso a la presidencia de Aung San Suu Kyi en un hipotético triunfo de su partido, el National League for Democracy’s.
«Nada va a cambiar», era la respuesta más habitual entre los tímidos birmanos que solo cuando cogían confianza se lanzaban a hablar de política y mostraban, orgullosos, imágenes de la que fue Premio Nobel de la Paz. Queda mucho por hacer en un país que estuvo durante 50 año bajo una dictadura militar. Pero aun así, los cambios son imparables y la apertura inevitable. De ahí que ahora sea el momento perfecto para visitar un país increíble.
En cuatro o cinco años Myanmar no será lo mismo. Las grandes cadenas hoteleras y de comida rápida se habrán instalado en sus ciudades y los turistas llegaran en massa. Igual no tanto como en Tailandia o Indonesia, pero sí como en Vietnam, Camboya o Laos y, entonces, parte de su magia se habrá perdido. Como país, creo que la antigua Birmania es el más especial de entre todos los que he visitado en el sudeste asiático y no me canso de repetir a todo el que me escucha que debe ir allí. Dudo mucho que alguien pueda arrepentirse de ir hasta allí. Pero si por todavía quedan dudas, aquí os dejo los cinco motivos por los que considero que Myanmar debe estar en el top de países o viajes pendientes:
1. GENTE INCREÍBLE
Mucho se habla de la sonrisa eterna de Tailandia, pero si un país representa la amabilidad asiática en estado puro ese es, sin duda, Myanmar. Resulta difícil explicar en palabras la sensación de gratitud hacia una gente que siempre está dispuesta a ayudarte en cualquier momento.
La mayoría de ellos apenas se comunica en inglés, pero aun así resulta fácil entenderse con una gente que nunca deja de sonreír. Las mujeres cantan a todas horas y muchas de ellas se acercan tímidas para pedirte una foto con ellas. Sus abrazos y besos son habituales y hasta los monjes budistas se olvidan de la disciplina para entablar conversación con unos turistas a los que respetan. Los hay que miran con recelo, pero en general, su trato es exquisito y su autenticidad, máxima. Recuerdo, por ejemplo, la amabilidad en el último hostel en Yangon a la hora de subir y bajar las mochilas y la gente mayor de la Isla de los Ogro que nos invitó a bailar con ellos en su anual homenaje a los espíritus. O las risas en el mercado del Lago Inle.
Una tiene la sensación de que nada malo pueda pasarte allí. Myanmar es un país de personas bondadosas.
2. PAISAJES INOLVIDABLES
Las más de 3.000 pagodas de Bangan son el más claro exponente de un país lleno de rincones inolvidables e increíbles que nada tienen que envidiar a los de sus vecinos del sur. Pero no es el único spot al que merece la pena acercarse. El verde intenso de Hpa-An y sus cuevas; las ciudades antiguas de Mandalay; las colinas de Hsipaw; las polvorientas y destartaladas ciudades coloniales…
Las opciones de Myanmar son interminables. Incluso dicen que algunas de sus playas están al mismo nivel que las mejores de Tailandia o Indonesia. No pude ir por falta de tiempo y por la llegada de la temporada de lluvias, pero solo hace falta buscar en Google para imaginarse tumbada en la playa sin nada más que hacer que disfrutar del sol y del mar.
3. CULTURA
En Myanmar son miles las etnias que forman su población y poco tienen que ver entre ellas. Al principio resulta algo complicado distinguirlas, pero con los días una se da cuenta de lo diferentes que son. El budismo sigue siendo la principal religión del país, aunque el islam gana adeptos.
Existen ciudades como Yangon en los que se mezclan los rezos de ambos credos a ciertas horas del día. Ese momento, creedme, es de los de piel de gallina. Pero no todo es religión en Myanmar. Son miles de años de tradición, de imperios que han intentado conquistar un país que se niega a perder sus raíces y que enamoró a grandes de la literatura como Pablo Neruda, George Orwell o Kliping.
Historias de príncipes y dinastías familiares; de emperadores y construcciones milenarias y una manera de trabajar todavía ancestral en muchos rincones del país. Es posible todavía hoy ver trabajar a los pescadores con sus propias manos en los ríos y visitar fábricas de textil en las que señoras mayores siguen moviéndose ágiles ante el telar.
4. UN PAÍS POR DESCUBRIR
Myanmar no sería la opción de los viajeros que buscan ambiente nocturno y fiesta. Tailandia, sin duda, sería su destino. Se puede encontrar cierta vida nocturna en Yangon cerca de Chinatown, pero no como para socializar hasta altas horas de la noche.
La escada vida nocturna es el precio a pagar por visitar un país que sigue siendo el gran desconocido de la región para los miles de turistas que se desplazan año tras año al sudeste asiático. ¡Y qué así siga siendo! Ya he comentado que las grandes cadenas todavía no han llegado al país, tampoco la comida occidental. Solo Coca-Cola se ha hecho un hueco en un país en el que todo lo relacionado con el turismo es muy casero y familiar.
El trato es exquisito y todavía resulta posible perderse por las montañas de Myanmar y no encontrarse a ningún otro viajero. No os asustéis, conoceréis a gente con la que compartir charlas y cervezas, pero también podréis disfrutar de la autenticidad de un país que todavía da prioridad a su realidad y no a la de los turistas. Solo en Inle Lake una tiene la sensación de ser una ‘outsider’.
5. UN PAÍS BARATO
Siempre es un aspecto a tener en cuenta a la hora de viajar. Volar a Myanmar vía Bangkok no resulta excesivamente caro y, una vez allí, la vida es muy barata. Solo los alojamientos, que suelen rondar los diez dólares por noche los más modestos, resultan algo más caro en comparación con el coste de la comida, el transporte o las excursiones.
Sin tener en cuenta el Bangkok-Madalay de la ida, los 25 días en Myanmar me salieron por 600 euros. Un presupuesto imposible de ajustar así ni en Tailandia ni en Malasia ni en Indonesia.
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