Me pregunto quién fue el genio que se inventó la necesidad de estar siempre en constante movimiento. La idea de no parar, de que cuanto más llenemos nuestro tiempo -laboral y de ocio- más satisfechos, realizados y felices nos sentiremos. Suya es la culpa de que nos paremos tan poco a respirar hondo y decidir qué queremos hacer con nuestra vida no a largo plazo, sino en el más inmediato de ellos.
Conozco a gente, afortunados ellos, que sí saben hacerlo pese a que nos hayan inculcado todo lo contrario. Estudia, saca buenas notas, ves a la universidad, busca un trabajo, no lo dejes, cásate, ten hijos… Qué os voy a contar, mucho avance y mucha modernidad, pero las estructuras siguen siendo las mismas. Y la mayoría de ideas, también. Admiro a esas personas que van por libre y aspiro a convertirme en una de ellas porque sí, a veces una tiene que bajarse de la rueda y replantearse muchas cosas.
Los días de fiesta sin planes me aterraban. Acababa medio arreglándolos, pero la sola idea de no tener nada que hacer me inquietaba. No sabía estar sin hacer nada. También la idea de no tener trabajo me inquietaba. Empecé a trabajar nada más salir de la facultad y nunca había estado ni tan siquiera de baja hasta hace casi dos años. Entonces, la ansiedad se apoderó de mi cuerpo en forma de insomnio crónico y tocó parar dos meses.
Me sentí derrotada y no fue hasta pasadas las primeras semanas cuando empecé a entender que aquello no era algo horrible y, mucho menos, algo de lo que avergonzarse pese a los comentarios que me llegaban. Mi cuerpo me había lanzado un aviso y empecé a tomarme las cosas de otra manera. Poco después de eso murió mi abuela y, meses más tarde, a punto estuve de seguir su camino con el accidente de Costa Rica del que os he hablado en más de una ocasión. Todo ello junto al recuerdo de los dos inolvidables meses en Australia fueron los ingredientes del cóctel que llevo cuatro meses bebiendo sorbo a sorbo. Despacio, sin prisa y decidida a pedir una segunda ronda.
No tengo prisa por volver a subirme a la rueda. De hecho, no sé si quiero volver a hacerlo. O no como antes. La libertad es demasiado tentadora. Descubrir que cada día puede ser diferente y que cuando las cosas son más imposibles, más posibles se convierten es maravillosamente aterrador. Suena incongruente, lo sé. Pero solo si saltas al vacío podrás salir volando. Y con esto no estoy animando a que todo el mundo empiece a saltar así a lo loco. Sé que hay gente que por más que lo desee, nunca será capaz de hacerlo. Y no pasa nada. Los mismo que sucede con esa gente que no sentirá nunca la necesidad de hacerlo.
Pero cada vez conozco a más gente dispuesta a saltar o deseosa de hacerlo. O infeliz con su vida, pero que no sabe cómo hacer para cambiarla. Lo bueno de viajar por el mundo es que te permite conocer a gente que, como tú, un día decidió liarse la manta a la cabeza y todas, sin excepción, tienen ese brillo en los ojos y esa calma que me pregunto si yo también transmito. El reflejo que me devuelve el espejo, por lo menos, me gusta. De ahí lo mucho que me gustaría ayudar a otras personas a dar el paso que yo di hace unos meses. Sé que no es fácil y, por ello, mi insistencia en hablaros del tema.
Carmen, por ejemplo. Gaditana afincada en Barcelona que no hace mucho decidió que no volvería a trabajar en algo que no estuviera relacionado con su gran pasión, la fotografía. Su blog Con dos palillos es su proyecto vital. Amante de la comida japonesa y de su estética, viaja junto a su pareja desde hace un mes por Asia y sin billete de vuelta. Hablar con ellos en los ratos que coincidimos en el Beds Guesthouse fue una gozada. Tiene las ideas muy claras y encontrarte gente así por el camino reafirma las tuyas en esos momentos en los que dudas porque, sí, la libertad y los años sabáticos están muy bien, pero también tienen otra cara menos bonita.
O Nadine. Una matemática alemana de 38 años que lleva tres años sin parar de viajar. Con pequeñas escalas en Alemania, ha recorrido Sudamérica y Asia y solo ahora, después de tanto, empieza a poner punto final a su aventura. Creo que me resultaría imposible viajar durante tanto tiempo, pero el conocer a estas personas ayuda darte cuenta de que no estás sola y de que todo es posible. Solo hace falta un poco de valentía para saltar y un puñado de ideas en la cabeza. Entre ellas, que no será fácil, pero que independientemente del resultado, valdrá la pena.
Por eso, me duele cuando personas que son importantes en mi vida se enredan en trabajos, historias y pensamientos que no hacen más que restarles energía. El miedo siempre estará ahí, pero solo de nosotros mismos depende la importancia que le demos. El mío está aquí sentado a mi lado, irresistiblemente atractivo, el Ryan Gosling de los miedos, observando atentamente las palabras que escribo y obligándome, a veces, a borrar y escribir de nuevo insegura de si este artículo puede interesar a alguien o, si por el contrario, hará que alguno de vosotros deje de leerme definitivamente. Y no me importa. No quiero perder lectores, pero me apetece hablaros de esto hoy, de la calma con la que una vive cuando toma riesgos y se enfrenta a sus miedos.
Igual es Borneo y su magia o el hecho de llevar cinco días disfrutando del dolce fare niente de Kuching. Podría estar en un parque nacional o en un autobús camino a no sé que pueblo perdido, pero no. Estoy en la misma cafetería de los últimos tres días, escribiendo y escuchando música. Feliz, feliz de no estar haciendo nada en este rincón del mundo. Y las ideas…
¡Las ideas me marean de la velocidad a la que inundan mi pensamiento! Es una sensación difícil de explicar, pero que me hace sonreír incluso en las noches en las que su hiperactividad no me dejan dormir todo lo plácidamente que me gustaría. No me importa ya que eso es, sin duda, una buena señal. Ser dueña de tu tiempo y de tus sueños no tiene precio.
No hace falta colgarse 20 kilos a la espalda y perderse por Borneo o el mundo para sentir esta sensación. A veces todo empieza con pequeños cambios. O pausas. Dedicarse unos días a reconocerse, a bucear en nuestras miserias y miedos y atreverse a soñar a lo grande. Los pasos a seguir vendrán después. Y no fracasarás, ese es el primer miedo del que una debe desprenderse. Y del de la mala suerte. No existe. El mundo solo le da la espalda a los que se olvidan de sus sueños.
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El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
8 noviembre, 2015 at 1:37No hacer nada es una de mis actividades preferidas; o incluso hacer pequeñas cosas haciéndote ver a ti mismo que no estás haciendo nada (autoengañándote a conciencia, vaya…): desde escribir, a leer, a ver una peli, a rasgar la guitarra, escuchar música… sin ni un maldito reloj ni móvil alrededor. Dormir de día, vivir de noche, comer a las 16h, apagar el móvil, decir que sólo puedes por la tarde cuando tienes que pedir hora para lo que sea, irte igual a un concierto aunque no engañes a nadie para ir… desmontar la realidad que te venden los demás y construírte la tuya propia son una liberadora manera de andar por el mundo.