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Imprescindibles de Myanmar (III): la magia de Bagan

Llevo días en los que no me salen las palabras. Me falta la inspiración y también la pausa para sentarme a escribir sin más presión que la de simplemente disfrutar de una de las cosas que más me gusta hacer. Ese era el primer objetivo de La Nomadista y reconozco que últimamente se me había olvidado presionándome con publicar post, pensar en términos SEO y todas esas cosas que, sí, están muy bien y son importantes de cara al futuro, pero no más que no perder tú estilo o manera de escribir y la mía es mucho más personal y pasional de lo que intentaba hacer.

Arrastrar una gastroenteritis tampoco ayuda. Si ya es algo fastidioso en casa, ni os cuento – o mejor sí, pero en otro post- en Tailandia o en cualquier punto del sudeste asiático. Ahora que empieza a recolocarse todo, creo ser capaz de hablaros de Bagan. Uno de los lugares más fascinantes que he visto nunca. Sí, lo sé. Los que me habéis leído en alguno de mis otros viajes estaréis hartos de leer afirmaciones tipo «lo más increíble» o «lo más espectacular», soy muy de emocionarme con paisajes y lugares, pero creedme si os digo que Bagan está claramente entre mis favoritos. Supongo que eso tampoco ayuda a la hora de escribir, demasiada presión para hacer justicia a un sitio tan especial que bien merece, y justifica, un viaje a Myanmar.

Encaramarse a una de sus pagodas es hacerse pequeño y darse cuenta de lo afortunados que somos nosotros que podemos viajar y recorrer mundo con cierta facilidad. Es todo un privilegio estar recorriendo al manillar de una ebike el lugar más sagrado de Birmania. Imaginad algo más de 40km2 de árida meseta salpicada por más de 3.000 pagodas originalmente construidas entre los siglos XI y XIII. Muchas de ellas, no obstante, han sido reconstruidas en los últimos años. Aun así, no pierden su capacidad de enmudecer a todo aquel que las visita.

Hasta los más escépticos, esos que llegan a Bagan diciendo que «como mucho dos días, que ya he visto muchas pagodas en este viaje» acaban rendidos ante los encantos de una ciudad que contagia paz y serenidad. Es cierto que Bagan son pagodas y poco más, pero no le hace falta nada más. Se necesitaría, como mínimo, una semana para recorrer todos sus rincones, así que lo mejor es tomarse las cosas con calma y asumir que solo verás una parte. No se trata, no en este lugar, de ir tachando pagodas y estupas vistas. Más que nada porque la mayoría simplemente tienen un número asignado y resulta difícil saber las que se han visto y no más allá de las principales.

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¿Otro consejo? Evitad la Shwesandaw Paya para disfrutar del atardecer o amanecer. Demasiado turística, los grupos van todos allí. Mejor encaramarse a alguna de las pagodas cercanas. Habrá menos gente para disfrutar de dos momentos que nadie debe perderse si va a Bagan. El juego de luces y sombras que proyecte el sol sobre la inmensidad del lugar permanecerá mucho tiempo en vuestra retina. Tampoco hay que obsesionarse con encontrar el mejor lugar, sea cual sea la pagoda elegida, las vistas os cautivarán. Eso sí, tened en cuenta el camino de vuelta, especialmente al atardecer. La luz dura muy poco una vez comienza a descender el sol y no siempre resulta fácil regresa al hostel. Las pistas de tierra a través de las que se llega a la mayoría de pagodas no están iluminadas y son resbaladizas. Y la carretera digamos que tampoco es una maravilla lumínica. Mi primer atardecer fue bastante tenso… ¡ y eso que no me quedé hasta el final!

Tan previsora fui que hasta me perdí. Los inicialmente 20 minutos en ebike se me hicieron eternos entre errar la dirección y esquivar las motos y coches que se cruzaban en mi camino. Si, como yo, no conducís, no os demoréis. La tensión de conducir, ni que sea una ebike, de noche por Bagan es considerable. ¡Qué mal lo pasé! Aunque me sirvió para superar, un poco, el trauma que comprobé seguir teniendo tras el accidente en Costa Rica. Tanto que, tras tres días en Bagan, disfrutaba dándole ‘gas’ a la ebike. Solo eran 30km/h, pero me sentía como Marc Coma en las dunas del Dakar tratando de mantener el equilibrio. Alguna vez volqué, para que mentiros.

Alquilar una ebike es parte de la gracia de Bagan. El gobierno, además de establecer una entrada de 20 dólares o 20.000 kyats, decidió no hace mucho eliminar las motos para proteger la zona. En su lugar introdujo este híbrido sin el que resulta bastante complicado recorrer una extensión de terreno que se puede hacer también en bici si se está en buena forma, que no es el caso. Una vez motorizado no hay más plan que dedicarle dos o tres horitas por la mañana a recorrer caminos y pagodas, parar para comer y relajarse y salir a eso de las cinco y algo en busca del mejor atardecer. Después, ducha, relax, cena y poco más. Y, qué queréis que os diga, fueron de los mejores días en Myanmar.

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Allí las cosas todavía van más lentas que en el resto del país o, por lo menos, una tiene esa sensación. Y simplemente se adapta al slow life después de pegarse el palizón para llegar. Eso nadie os lo va a quitar. La gente suele llegar a Bagan desde Mandalay, Inle Lake o Hsipaw, como fue mi caso. Once horas en autobús nocturno. Lo bueno de viajar en temporada baja es que la mayoría de alojamientos están dispuestos a darte habitación a partir de las seis de la mañana, que es la hora a la que llegan los autobuses. Desde la estación, sin embargo, hay que coger un taxi hasta Nyaungu – 5.000 kyats-, New Bagan o Old Bagan -10.000 kyats.

Los alojamientos más baratos están en Nyaungu, aunque yo no me alojé allí. Opté por el New Bagan no por un arranque de riqueza, sino porque me habían hablado de un hostel que merecía mucho la pena. Y no me engañaron. Era caro, cierto, pero el Ostello Bello fue el complemento perfecto para Bagan. Los dormitorios iban de los 17 a los 23 dólares -precios casi australianos-, pero con baño privado y recién estrenados. El desayuno contundente y, lo mejor, uno de los cafés más decentes de Myanmar gratis durante todo el día junto al agua, el té, cigarros birmanos y aperitivos a las 13 y 20h cortesía del dueño, italiano. Si el presupuesto no os asfixia, lo recomiendo sí o sí. También el restaurante Moon en Old Bagan, un vegetariano realmente delicioso con sus ensaladas de mango y su curry de verduras.

Ah, un último consejo nomadista en Bagan. Reservad una mañana y escoged una de las pagodas en las que se pueda escalar, pero que no sea de las principales, para aposentaros allí en la compañía de un buen libro o buena música y simplemente deleitaros con los pequeños placeres de la vida. Si el libro no es gran cosa, da igual, os lo parecerá. Y escuchar vuestras canciones favoritas mientras das vuelta por la pagoda, además de hacerte parecer medio tarumba, os hará sonreír de felicidad. Palabra nomadista.

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2 Comments

  • El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
    24 agosto, 2015 at 2:51

    ya me han vuelto las ganas de ir que se me habían quitado con el post de los monzones…

    Reply
  • 5 razones por las que viajar a Myanmar
    11 noviembre, 2015 at 5:09

    […] más de 3.000 pagodas de Bangan son el más claro exponente de un país lleno de rincones inolvidables e increíbles que nada […]

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