Hace semanas que tenía pendiente esta entrada sobre los placeres gastronómicos de la Emilia-Romagna, pero no ha sido hasta hoy y, tras unos días de nervios y estrés acumulado, cuando me he decidido a plasmar todo lo visto, saboreado y disfrutado hace un mes en un país, Italia, que nunca falla.
Visitar a nuestros ‘vecinos’ transalpinos es una apuesta segura o, por lo menos, para mí. Roma, Florencia, Pompeya, Cerdeña, Turín, Bardonecchia… siempre han sido viajes que han valido la pena. Bolonia no podía ser menos, así como tampoco los ‘daños colaterales’ de esta escapada del ‘dolce fare niente’ como fueron Parma y Módena.
Víctima de una geografía que la aprisiona entre dos joyas como la Toscana y el Venetto, Bolonia pasa desapercibida. Es cierto que no tiene obras de arte como Florencia ni canales que le hagan especial como Venecia, pero permite disfrutar de la buena vida entre callejuelas de paredes rojizas, porticones y una densa niebla que le confiere un encanto muy particular.
El esfuerzo y sudor que suponen subir los 499 escalones de una de las ‘Due Torri’ merecen la pena para hacerse una idea de una ciudad a la que también se la conoce como la ciudad roja por el color de sus tejados. Suponen un cuarto de hora de ascenso, menos si estás en forma, pero si hace sol es una opción ideal puesto que se trata de uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad. Su ‘hermana gemela’ se encuentra cerrada al público por su más que evidente inclinación al estilo Torre de Pisa.
Más allá de estas dos torres, prácticamente únicas representantes de las más de treinta que se alzaban majestuosas hace un par de siglos, Neptuno espera en la Piazza Maggiore. Una plaza en la que se concentran el Ayuntamiento, ubicado en un antiguo palacio, y una de las catedrales góticas más importantes del mundo, la de San Petronio. De esta plaza surgen pequeñas calles no aptas ni para todos aquellos que tras las Navidades hayan empezado un estricto régimen ni para los que no sepan disfrutar de un buen plato en la mesa.
En Via Pescherie y Via Clavature comparten protagonismo variopintas paradas de mercado al aire libre (verduras y frutas, básicamente) junto a tiendas especializadas en pasta fresca, quesos y embutidos típicos que hacen imposible que el hambre no te visite cada hora y media. Los gigantescos parmesanos se llevan la palma, pero también hay espacio para los balsámicos de Módena, la mortadela, el jamón de parma y los tortelonis típicos de la zona rellenos de calabaza, mis preferidos. Creo que nunca antes la comida había monopolizado tanto un viaje como en esta ocasión.
Por no hablar de la fantástica tradición de los ‘aperitivos’. Ya la había descubierto tanto en Roma como en el Alguero, pero aquí se ganaron el calificativo de genialidad. Copa y buffet libre a partir de las seis o las siete de la tarde por un módico precio (siete euros). Ideal para abrir boca antes de acudir a los restaurantes que nos habían recomendado: La Braserie y Merlot. Repetimos en este último, así como también en el EatItaly. Una fusión entre hipermercado y librería de varias plantas con rincones gastronómicos en los que redescubrimos el Moscato. Un vino dulce exquisito que nos conquistó desde el momento en el que lo escogimos como acompañante de un buen plato de embutidos…mmmmmh! No nos pudimos traer una botella para Barcelona, pero ya está localizado en la Ciudad Condal. Por suerte, el kilo de parmesano y el vinagre de Módena que ‘emigraron’ a Barcelona siguen permitiéndome rememorar esos días en los que pasear y visitar monumentos se convirtieron en la mejor excusa para hacer tiempo entre comida y comida. Del embutido, ni rastro!
En Parma y Módena, a las que dedicamos un par de horas a cada una, los paseos sin rumbo por su calles de fachadas multicolores son obligatorios. Respiran tranquilidad, vida sin estrés y calidez pese al frío que nos acompañó durante toda la semana. Allí, y para seguir con la ruta gastronómica, probamos uno de los platos típicos de la zona. Tortellinis con sopa, sí, suena raro, pero es muy recomendable para los días de frío. Tortellinis rellenos de carne y en caldo, como si fueran los fideos habituales. Calentito, energético y rico, rico. Como todo en una zona en la que es muy recomendable moverse en tren. Los trayectos no son largos, media hora a Módena y una hora a Parma; los trenes puntuales y los precios asequibles. Un viaje, por tanto, que recomiendo fervientemente. Una deliciosa escapada por la olvidada cuna de la gastronomía italiana.
(Este artículo se publicó originalmente el 13 de febrero de 2011 en el blog www.lauretaenruta.wordpress.com)
2 Comments
Arantxa
4 septiembre, 2017 at 15:51Muy interesante el post. Marcho unos días hacia Bologna…y es mi primer viaje en solitario.
Laura R.
5 septiembre, 2017 at 12:00Arantxa, seguro que disfrutas mucho. Es una zona muy bonita y la gastronomía es brutal!! Disfruta de tu primera experiencia en solitario!!