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Un paseo de cuento de hadas por las Cameron Highlands

El sudeste asiático es mucho más que playas paradisíacas y grandes ciudades llenas de caos, comida callejera y mercadillos en los que regatear hasta la extenuación. Nuestro imaginario colectivo se ha creado una imagen parcial de una zona del mundo que no solo merece la pena por económica, también por miles de pequeños rincones que la mayoría de nosotros desconocemos hasta que cae una guía en nuestras manos o nos ponemos a investigar un poco por Internet.

Una muestra de este gran desconocimiento que también es el mío son las Cameron Highlands. Reconozco que cuando se me metió en la cabeza que tenía que ir a Malasia tan solo conocía Kuala Lumpur, el circuito de Sepang y, de refilón, que era un país con playas que nada tenían que envidiar a las tailandesas. Poco a poco fui descubriendo que eso era solo una parte de un país prácticamente desconocido para los turistas occidentales. Y mi ignorancia me llevó a perderme por las montañas centrales. No fue fácil entre mil curvas imposibles en autocares de amortiguadores más que desgastados… ¡qué mareo!

Las Cameron Highlands esperaban con sus kilométricas plantaciones de té. Decenas y decenas de colinas en las que el cultivo del té se realiza más o menos de manera manual. No como antaño, pero sí sin grandes máquinas que faciliten el trabajo ya que el terreno tampoco las permiten. La imagen, desde luego, es sobrecogedora cuando te encuentras paseando por entre los pequeños caminos entre arbustos. Llegamos a las Cameron desde George Town, así que fueron unas 5 horas de viaje. La primera parte, fácil. La segunda, una vez llegado a Ipoh, complicada y no por el mal estado de las carreteras. Simplemente por el movimiento que ya os he mencionado. Los propensos a marearse, una pastilla os salvará la vida. Y os permitirá también disfrutar de un camino frondoso y de un verde intenso. El camino a Tanah Rata, nuestra base, recuerdo además que fue uno de esos momentos un tanto peliculeros en los que empecé a decidir que ese viaje solo me pertenecía a mí reduciendo las interferencias que otras personas causaban en mi aventura.

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Igual fue causa de la densa neblina que nos acompañaba, pero aquellos dos días en las Cameron Highlands fueron especiales. ¡Y muy fríos! No estábamos preparadas para pasar de 30 a 10 grados en cuestión de horas y sufrimos de lo lindo bajo la intensa lluvia que nos dio la bienvenida. El pueblo, como la mayoría de la zona, no tenía gran cosa. Un par de calles con mil restaurantes hindúes y poco más. Si sois amantes de los trekkings, la zona da para varios días de expediciones ya que los trails son kilométricos. Nosotras -mi amiga Vero y yo-, que ni lo somos ni estábamos en forma, tan solo estuvimos lo justo para visitar las Cameron Highlands. Lo hicimos con un tour organizado ya que no nos veíamos capaces de conducir nuestro propio coche por esas montañas y con la climatología tan adversa.

Echamos de menos, sinceramente, tener más tiempo para perdernos por las plantaciones de té para hacer más fotos y hablar con la gente que allí trabajaba. Pero la visita nos permitió enmudecer con el paisaje una vez disipada la niebla. Nuestro guía, además, sabía como cautivarnos con sus explicaciones y de él aprendimos que todo aquel terreno pertenecía a una familia escocesa. Si algún día veis un té llamado Boh es de allí. La visita a una de las fábricas es parada obligada en toda excursión a la zona. Y encontrarse por el camino a un par de novias en plena sesión fotográfica, también. Se ve que las Cameron Highlands es uno de los lugares preferidos de las parejas de enamorados que quieren inmortalizar su matrimonio alrededor del país. Cosas peculiares de esa parte del mundo.

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Las plantaciones de té no fueron la única parada del día. Nos sobró la hora entre orquídeas y mariposas que nosotras preferimos ahorrarnos esperando fuera del recinto. Pero esa parada se compensó con una caminata por el Mossy Forest, es decir, un bosque de musgo. Dicho así no parece gran cosa, pero resulta que solo existen dos en el mundo y el otro está en Borneo.

A simple vista no parece un bosque diferente al resto… hasta que empiezas a caminar por él y sientes como el suelo vibra a tus pies. Si das unos saltitos ya ni os cuento. ¿Por qué es tan especial e inestable? Pues porque se camina sobre las raíces de los árboles. Tal cual. Una se da cuenta al ver las formas extrañas que hacen los árboles y al asomarse al final del camino. Más allá de él tan solo existen decenas de metros de altura. Los guías aseguran que es seguro, pero debes seguir sus pasos ya que ellos mejor que nadie saben los lugares más sólidos. Ni que decir, además, que el musgo lo cubre todo. Los troncos, las ramas, el suelo… una tiene la sensación de caminar sobre una alfombra verde y de estar protagonizando un cuento infantil en un lugar prácticamente único en el mundo.

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Con esa sensación y esa sonrisa tonta que te lleva a hacerte fotos tontas y absurdas, la sensación de frío se desvanece y no importa que tus compañeros de furgoneta sean más bien algo estúpidos y sosainas. Por suerte, solo era un día. Después, cena calentita y a dormir prontito en el Cameronian Inn. Un hostel correcto, sin más, pero que hizo sus funciones durante los días que allí dormimos antes de descubrir Kuala Lumpur.

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(Todas las fotografías de este artículo pertenecen a mi amiga y artista Verónica Solis Pradal)

1 Comment

  • Sandra
    15 enero, 2016 at 19:36

    Mola!
    🙂
    petonets!

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