Dos peces de color naranja -Chip y Chop- y un periquito -Rossi- han sido mis tres únicas ‘mascotas’ y, todas ellas, cuando todavía iba al colegio. En mi casa nunca hemos sido muy de animales y, por tanto, crecí sin ser una gran amante de ellos.
Los viajes, sin embargo, me han hecho serlo cada vez más. Repasando estos últimos años de viajes me doy cuenta de que he tenido la suerte de ver animales tan especiales como canguros -prueba inequívoca de un viaje que todavía hoy me parece un sueño-, koalas, elefantes, tortugas marinas, delfines, caballos salvajes, cocodrilos, búfalos, tapires, insectos de todo tipo -no siempre agradables-, dragones, monos y… ¡orangutanes!
Nunca habría imaginado que el encuentro con nuestros antepasados iba a ser algo tan especial teniendo en cuenta lo poco que me gustan los monos. Son agresivos, ladronzuelos y están por todas partes en el sudeste asiático. Pero los orangutanes son otra cosa. Me cuesta entender el impacto que me ha causado el breve encuentro con ellos en la Reserva Natural de Semenggoh en Borneo.
Es difícil de explicar las sensaciones que genera ver caminar a tu lado a una orangután y su hijo o el ruido estremecedor de Ritchie, el macho alfa de la ‘pandilla’, en su camino hacia el lugar en el que los cuidadores del parque depositan diariamente fruta para que se alimenten. Ver aparecer a ese King Kong en miniatura, peludo como un Chewaka y de andares algo chulescos, no tiene precio. Y saberte afortunada por ello, tampoco.
No todos los días una se cruza con seis orangutanes. Y no solo porque solo haya cuatro lugares en el mundo en el que se puedan ver. No. También porque en Semenggoh, los orangutanes campan a sus anchas y no todos los días deciden acercarse a comer. A diferencia de en Sepilok, la reserva más conocida en Borneo, aquí los animales viven libres y hacen lo que quieren. Nada de tocarlos o interactuar con ellos. Solo observar en silencio, fotografiar sin flash y «nunca señalar o sonreír a Ritchie. Ni tan siquiera nosotros -los guardas- podemos controlarlo», aseguraba uno de los trabajadores del parque.
Ritchie, el macho alfa, tiene 35 años y es el amo y señor del parque. Ningún otro orangután osa acercarse a la comida si él está por medio. Solo los más pequeños cuentan con su beneplácito; el resto debe esperar y conformarse con partir los cocos que los cuidadores les acercan mientras llega su turno. Ver como los rompen contra los árboles y abren con esas manos tan nuestras es otro gran momento.
Resulta imposible pensar que alguien todavía dude de la teoría de la evolución viendo a estos animales. ¡Son tan humanos en miniatura! Creo que eso fue lo que más me impresionó: sus andares, sus extremidades, su mirada desafiante… Sin duda, una experiencia totalmente recomendable si algún día os decidís a viajar a Borneo. Yo tengo claro que será algo que siempre recordaré. Casi más que mi primer encuentro con un canguro.
Semenggoh o Sepilok
El encuentro no dura demasiado puesto que la presencia de visitantes está muy limitada para protegerlos. Algo que me parece más que correcto. Como os he dicho, en Borneo existen dos ‘santuarios’ en los que poder ver a orangutanes: Sepilok (Sabah) y Semenggoh (Sarawak). El más conocido es, sin duda, el primero. No he estado, pero por lo que me cuentan, no tengo duda de que es mejor opción Semenggoh aun a riesgo de tener que ir más de una vez para verlos.
Sepilok se encuentra a dos horas de Kota Kinabalu, la principal ciudad de Sabah, mientras que Semenggoh está solo 40 minutos en autobús de Kuching. Se puede ir en taxi o en viaje organizado, pero doy por hecho que el precio es bastante más elevado que los 8 RM que cuesta ir y volver en el autobús K6. La entrada, para los no locales, cuesta 10 RM. En total, menos de 5 euros.
Los turnos de alimentación son dos: a las 9 y a las 15 y, salvo si les da por aparecer antes, suelen durar una hora. Si os acercáis en transporte público, el autobús os estará esperando tres horas después de vuestra llegada en la misma puerta del parque natural.
¿Por qué creo es mejor Semenggoh que Sepilok? En mi opinión, más allá de la facilidad de acceso, porque en Sepilok están más adiestrados y tienen a los bebés en una especie de guardería. Los cuidan, pero también exponen más al visitante. Es la manera más fácil de asegurarse verlos, pero también la menos auténtica. Aunque no dudo de que también valdrá la pena. Son orangutanes y los orangutanes, os prometo, no dejan indiferente a nadie.
1 Comment
El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
18 octubre, 2015 at 0:31Yo tampoco he tenido muchas mascotas en mi vida, más allá de los típicos pececillos y tortugas de la infancia (recuerdo cómo se metían debajo de la lavadora a hibernar y pasabas tiempo sin verlas). Pero me encanta ver animales en su hábitat natural, y ése es uno de los grandes recuerdos que guardo de Australia. Fan de la chulería de Ritchie con los humanos!! XD