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Dachau: la desolación histórica

La ola de frío siberiano que desde hace días está dejando temperaturas invernales a las que no solemos estar acostumbrados en Barcelona me ha hecho recordar que hace tiempo que tengo algo abandonado este blog. Y lo ha hecho trayendo a mi memoria una visita que desgraciadamente es real. Existe, aunque pocos son los que creo que desearían que fuese así: Dachau.

Quería escribir sobre este campo de concentración nazi una vez terminado el libro ‘Unforgotten: A memoir of Dachau’ de Franz Thaler, un tirolés del sur que nunca aceptó la anexión a Alemania y que por ello fue condenado a malvivir durante varios años en campos de concentración. Pero últimamente ando poco concentrada y apenas leo, así que las imágenes de las intensas nevadas de días atrás me viene como anillo al dedo para adelantar un post que ya se demoraba en exceso.

Dachau es, simplemente, impactante. Demoledor si llegas a la oficina de tickets (la visita es gratuita, solo pagas 3 euros por la imprescindible audioguía) con un sol radiante y minutos después cruzas las verja del campo con los primeros copos de una nevada que en cuestión de segundos lo cubre todo de blanco. Pocas veces he sentido una desolación similar; un inmenso patio gélido, sin alma, con apenas dos barracones en pie a su izquierda, pero conservados como hace más de 70 años. Barracones donde vivieron miles de personas hacinadas y que nos servieron de refugio cuando la nieve y el viento hacían prácticamente imposible el caminar por los alrededores.

¿Qué clase de infierno debía ser eso si yo, con mil capas de ropa, tiritaba de frío? Daba la sensación de que en cualquier momento iba a aparecer un grupo de presos formando en medio del patio en mangas de pijama y prácticamente descalzos como han relatado tantos… desde el propio Thaler en Dachau hasta Primo Levi, un autor que me impactó hace años por la crudeza de sus relatos. Todos insisten en esa imagen de la que era muy difícil desprenderse en esos momentos. Por suerte, aquel horror queda ya muy lejano, aunque su vergüenza sigue intacta. ¿Por qué? ¿Cómo pudo ser posible? Preguntas sin respuesta que no paraban de dar vueltas en mi cabeza mientras repasaba esas literas de madera, esos baños compartidos que eran de todo menos baños y contaba las estructuras de los barracones que ya no están allí.

La crueldad humana queda patente en Dachau no en los barracones, sino en la zona más lejana y apartada: el crematorio. Todavía ahora, dos meses después, si cierro los ojos veo aquellas salas pensadas al milímetro para la exterminación de personas cuya única culpa era ser diferente o no estar de acuerdo con un régimen déspota y autoritario como el nazismo. No entiendo como el resto de turistas podían hacer fotos tranquilamente a la zona de los hornos en los que se quemaban los cuerpos o, peor aun, en una cámara de gas que, aunque nunca llegó a ser utilizada (por suerte), estaba preparada para cuando fuera necesario. Yo no pude. Me resultaba hasta inmoral tomar instantáneas de un sitio en el que tantos miles de personas sufrieron lo inimaginable para nosotros, que vivimos en nuestra comodidad y seguridad.

Dachau nunca utilizó su cámara, no tuvo tiempo. Pero eso no quiere decir que sus ‘huéspedes’ no la sufrieran. Tenían una más grande a escasos kilómetros que utilizaban varios campos cercanos a Múnich, la ciudad donde todo nació. Dachau se encuentra a una media hora de la ciudad bávara y, pese a lo desagradable y doloroso de la visita, es un must si se está por la zona. El pequeño museo que hay, ubicado en las antiguas dependencias de las SS, permite conocer detalles interesantes sobre el campo, pero también sobre los números del nazismo… nunca buenos, aunque sí interesantes para aprender y descubrir nuevas cosas. Solo así se puede evitar que cosas así vuelvan a suceder.

Por eso, porque uno no acaba de ser consciente nunca de algo así, os recomiendo que si os acercáis a Múnich no dejéis de ir a visitar Dachau. No será una visita divertida, pero si instructiva. Dura, pero necesaria para conocer un poco más de cerca las barbaridades que se cometen muchas veces en nombre de una bandera, una nación o simplemente del miedo. Estamos en una época convulsa, de crisis económica, pero también de valores. Dos ingredientes que potencian la locura transitoria de la humanidad y de ‘iluminados’ que aprovechan el miedo y la inseguridad de la gente para adoctrinarnos como borregos. Lo estamos viendo en Grecia… y en una Europa en la que la ultraderecha gana adeptos.

(Este post se escribió originalmente el 14 de febrero de 2012 en www.lauretaenruta.wordpress.com)

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