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Chiang Mai es hipster

Tailandia. El país del que me enamoré en mi primer gran viaje y sobre el que ahora, cinco años después, me cuesta tanto escribir. Mala señal. Repasando la lista sin fin de post pendientes descubro que, pese a todo lo que he escrito sobre Myanmar, son más los artículos por escribir sobre este país que sobre Tailandia.

Si soy sincera con vosotros y conmigo misma no me queda otra que asumir que Tailandia, esta vez, no me ha enamorado. Ya os lo contaba hace unas semanas en Tailandia cinco años después y me reafirmo ahora que intento escribir sobre dos de las ciudades que más me gustaron del país. Digamos que en Tailandia disfruté más de la compañía que del país en sí. Los riesgos, supongo, de volver a los rincones que un día fueron especiales. Aunque Love of Lesbian insista en volver «donde solíamos gritar», no siempre es buena idea.

Salvo si hablamos, claro está, de Chiang Mai. Fue mi lugar favorito la primera vez y uno de los que más me gustaron en esta segunda visita. Chiang Mai es hipster y debo reconocer que mi tendencia hacia lo hispter es considerable. Tras un mes de horribles cafés en Myanmar, sus cafeterías monas a rabiar me hicieron recuperar la fe en la humanidad. ¡Un café bien hecho era posible! ¡Adiós a los 3 en 1! Creo que ahí empecé a dilapidar mi presupuesto. Tanto en Tailandia como en Malasia los cafés, los buenos con leche y espumita, son caros. Tan caros como cualquier Starbucks en España.

La mañana que recorrimos Chiang Mai en busca de una habitación triple descubrimos varias cafeterías de esas que bien podrían estar en Gracia, Malasaña o Estocolmo -por el estilo nórdico, no porque haya estado en la ciudad sueca-, pero muchas de ellas resultaron imposibles de encontrar después. Llegamos a dar tantas vueltas aquel día que perdimos el norte. Así que apostamos por la proximidad y nos hicimos asiduos de la Samanmitr, una minúscula cafetería con una todavía más minúscula terraza a la que accedías por una escalera de caracol. Recuerdo la primera tarde allí arriba con mi hermano. Perdimos la noción del tiempo entre sorbos de capuccino, postales por escribir y lectura relajada. Tanto que el ‘feliz’ de mi hermano se olvidó la cartera en el brazo de la tumbona en la que se había aposentado. No fue hasta la hora de pagar la cena cuando se dio cuenta de la pérdida. Y allí estaba, como su suerte en este tipo de situaciones.

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Repetimos café en un par de ocasiones más. Total, se tardaban dos minutos en llegar desde la Guesthouse en la que nos habíamos instalado con la llegada de Verónica. Una doble y una individual, eran días de celebración nacional y todo estaba literalmente ocupado. La solución de emergencia, sin embargo, resultó ser un agradable lugar desde el que pasear la ciudad… y trabajar un poquito.

(c) Verónica Solis

(c) Verónica Solis

Desde el Jonada todo estaba relativamente cerca a excepción del templo blanco. Nos costó mucho sudor llegar hasta él tras toda una mañana de templos. De uno a otro hasta terminar en el parque Kanchanaphisek al que mi hermano se empeñó a ir por si después, a la tarde, se daba unas vueltas corriendo. Aquellos fueron días de pollo frito. Brochetas, filetes… fue mi comida principal para reponer fuerzas. ¡No recordaba que hubiera tanto! Aunque lo cierto es que la primera vez que visité la ciudad me quedé en la superficie ya que hicimos demasiadas actividades en los alrededores: trekking, salto al vacío… y apenas nos quedó tiempo para perderse por una ciudad que se siente orgullosa de ser la capital cultural de Tailandia.

Y, visto lo visto, casi que también podría ser la de las compras y los mercados nocturnos. No sé si fue porque llegamos en mal momento a Bangkok tras el atentado terrorista o que realmente la capital tailandesa ha perdido calidad, pero los mercados de Chiang Mai ofrecen muchas más opciones. Todavía es hoy que mi hermano me lo recuerda -le repetí hasta la saciedad que esperara hasta Bangkok y él, como buen hermano pequeño, me hizo caso-. El mercado nocturno de cada día no es excesivamente grande, pero cuenta con un food corner de esos que hacen feliz con sus puestecitos, su música en directo… Recomendable al 100%.

(c) Verónica Solis

(c) Verónica Solis

Para las compras siempre está la opción de esperar al mercado del sábado. Hablar de locura es quedarse corto con los centenares de puestos que se mezclan por calles interminables. Comer en la calle allí es obligado, aunque id con cuidado con las manos grasientas -las tendréis- si queréis mirar ropa y asumid que, con las manos limpias o sucias, tendréis que arriesgar con las tallas. Muchos de los vendedores no te dejan probarte sus prendas. Así es como yo me quedé sin uno de esos pantalones de algodón y elefantes que todo el mundo lleva en el sudeste asiático.

No recuerdo que cogió mi hermano para cenar en ese mercado, pero sí lo deliciosas que estaban unas empanadillas caseras que compartimos y el calamar a la plancha que pedimos Verónica y yo. Sin duda, uno de los mejores mercados de comida callejera de este viaje… aunque el de Pai no estaba tampoco mal, pero eso os lo contaré en otro post. Inicialmente la idea era juntar las dos ciudades por eso de ser hipsters, pero se me ha ido de las manos la extensión hablando de Chiang Mai. ¡Hay días en los que una está inspirada y la escritura se descontrola!

Se me olvidaba. Último apunte, vigilad con los trekkings en Chiang Mai. Casi todo el mundo llega a la ciudad con la idea de realizar uno de ellos por sus montañas, pero en cinco años han perdido mucha calidad. Así que mirad bien el recorrido y tal vez merezca la pena o hacer uno de dos noches y no los típicos de una o dejarlo para otro lugar. Esta segunda vez pasé de dormir en una ‘village’ a un campamento turístico en el que poco se podía hacer y sí, el primer tramo del trekking fue de morirse por el barro y la humedad, pero realmente no fue un trekking. Subir una hora y algo para bajar a un valle y quedarse allí sin más no tiene nada que ver ni con el que hice en el pasado ni con el que hice en Hsipaw (Myanmar).

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