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El paraíso existe y está en El Nido

No es casualidad que una de mis canciones favoritas lleve por título el nombre de un país. Ni tampoco que una de sus frases hable de «escapar con la mente». ¿Cuántas veces os habéis encontrado fantaseando con el hecho de desaparecer así como por arte de magia dejando atrás todo y a todos? Yo, muchas. Ahora es una de ellas.

Un bikini, un par de vestidos, gafas de sol y teletransportación directa a El Nido, Filipinas. Ese es desde hace unos meses el lugar secreto al que acudo cuando necesito recuperar la calma. A las habitaciones de Elenita y a sus contundentes desayunos a pie de playa bajo un techo de bambú. Poco importaba empezar el día siempre con dos huevos fritos, tostadas, pepino y uno de esos horribles cafés instantáneos que te tomabas porque sabías, de antemano, que era el mejor que te ibas a encontrar por allí. Una se acostumbra fácilmente a esos polvos diluidos en agua si como contraprestación se despierta cada día ante ese mar transparente y en calma salpicado por pequeños barcos siempre preparados para dejar sin habla a los extraños del lugar.

Pocas instantáneas más felices y serenas que aquellos despertares en el que las miradas legañosas lo decían todo. No hacía falta hablar. De hecho, no apetecía hacerlo. Una dejaba que el cuerpo fuera desperezándose a su ritmo, sin prisa. Allí nada la tiene porque hasta la rutina se convierte en placer y el tiempo va por libre. Fueron 10 días, pero podrían haber sido muchos más de no tener comprado ya el vuelo de vuelta a casa. Curiosamente, fue en la última parada de mis seis meses de aventura cuando más como en casa me sentí. Resulta difícil describir con palabras esa sensación tan pausada, pero intensa de estar a gusto, de sentirte un poco de allí en tan poco tiempo y necesitar tan poco para ser feliz. Creo que una parte de mí sigue perdida por entre los islotes del archipiélago de Bacuit. No se lo tengo en cuenta. Si el paraíso existe, creedme, debe estar allí.

Haced una prueba. Buscad en Internet imágenes de El Nido. Parecen irreales, ¿verdad? Pues no. Existen y surcar ese mar de figuras imposibles es una de esas experiencias que detienen las manijas del reloj para dar tiempo a nuestras retinas de guardar hasta el más mínimo de los detalle. Si cierro los ojos creo que todavía podría oler el salitre de un pueblecito de apenas un puñado de calles polvorientas y en el que el único cajero automático se recarga los domingos por la mañana. En El Nido no se hace cola para los churros, sino para sacar dinero antes de que se acaben las reservas. Unos meses atrás se recargaba una vez al mes… señal inequívoca de lo poco explotado que sigue estando un rincón que, en condiciones normales, debería estar devorado ya por el turismo de masas. Pero no lo está y eso lo hace todavía más especial.

Los pequeños resorts -nada que ver con complejos megalíticos de esos que se han cargado ya gran parte de las costas del planeta- pueblan la serpenteante carretera que lleva al pueblo, pero suelen ser negocios familiares que respetan el intenso verdor de una isla, Palawan, en la que todavía quedan muchas zonas de difícil acceso. También los restaurantes occidentales, mayoritariamente italianos, se concentran en la calle principal del pueblo, pero sigue siendo posible disfrutar de un buen adobo casero por cuatro duros en los puestos callejeros que parecen no cerrar nunca. El equilibrio se mantiene en un lugar en el que se ha ido creando un pequeño grupo de jóvenes expatriados catalanes y valencianos que lo hacen todo más fácil. El República Sunset Bar es su cuartel general y sus atenciones harán que te plantees quedarte tú también allí y probar fortuna. Pocos atardeceres más espectaculares que los que se ven desde esa pequeña atalaya en la que es posible encontrar comida española de calidad. Lo sé, una no se va a Filipinas para comer croquetas, tortilla de patatas y albóndigas. Pero después de 5 meses dando vueltas por el mundo, qué queréis que os diga, no pude reprimir las lágrimas ante esos manjares.

¿Qué mejor plan que dejar pasar la tarde con buena música y conversaciones ligeras? Pocos, la verdad. Tal vez organizar una excursión en moto a Nacpan Beach y disfrutar de un día de playa rodeado de locales. Nacpan Beach se encuentra a una hora de distancia de El Nido y, aunque el oleaje a veces se convierte en peligroso por las fuertes corrientes, es uno de los lugares favoritos de los habitantes del norte de Palawan. Cuidado con unos pequeños mosquitos que empiezan a revolotear por la playa a eso de las 16-17h de la tarde. Sus picaduras son extremadamente molestas. Las Cabañas Beach es otra de las mejores playas de la zona y se encuentra a las afueras del pueblo. No faltan los triciclos dispuestos a llevarte por un ‘módico’ precio. Negociad con los conductores, puesto que aprovechan ese trayecto para elevar considerablemente los precios habituales. Caminando debe encontrarse a una media hora del núcleo urbano, aunque el regreso a casa parece mucho más largo debido al sol y a los constantes desniveles, pero siempre se puede aprovechar el paseo para hacer unas fotos bien bonitas.

Despertares lentos, mañanas de playa y tardes de siesta. Atardeceres de colores imposibles y noches eternas con cenas callejeras, cerveza fría y algún que otro bailoteo en el Puka, el local en el que lugareños y turistas se unen al son de la música. Resulta tremendamente fácil perder la noción del tiempo allí dentro y, por más que siempre suenen los mismos hits, las horas vuelan. La vida ligera y sin pretensiones de El Nido. Ese sería el resumen perfecto de este pequeño paraíso filipino de no ser porque lo más importante no se encuentra en el pueblo, sino en el ya mencionado archipiélago de Bacuit.

El Nido bay and Cadlao island, Palawan, Philippines

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Ese es el gran secreto de El Nido. ¿Recordáis las imágenes de Internet? La única manera de comprobar que existen es subiéndose a uno de los muchos barcos que diariamente ofrecen tours organizados por el archipiélago. O buscarse la vida y tratar de contratar a un pescador de la zona para que os de una vuelta. No hacerlo es como ir a Roma y no visitar la Fontana di Trevi o el Coliseo o como venir a Barcelona y obviar el legado arquitectónico de Antoni Gaudí. Los recorridos y precios están bastante estandarizados puesto que existen 4 tours oficiales. Un día de excursión suele costar entre 15 y 20 euros, pero pocos son los que pueden permitirse hacer los cuatro. Algunos por dinero, la mayoría por tiempo. Mi recomendación, gastarse un poco más de dinero y enrolarse en el Krakenun barco español que unifica tours y ofrece la posibilidad de ver lo mejor del A y B por un lado y, por el otro, del C y D.

Sus precios, de inicio, pueden echaros para atrás puesto que cada uno de ellos cuesta unos 50 euros, pero os aseguro que fueron una gran inversión. Tanto que acabé haciendo los dos que ofrecían. Ves lo realmente importante, la comida a bordo es deliciosa y constante, la tripulación divertida y todo está incluido. También los kayaks, que en la mayoría de barcos tienes que alquilar a parte y que son imprescindibles para recorrer algunos de los parajes más espectaculares del archipiélago. Los viajes, además, se alargan hasta el atardecer buscando siempre el mejor spot para contemplar ese momento realmente mágico. Como lo es también colarse por un pequeño agujero en medio de una roca caliza y descubrir Secret Beach, sentirse protagonista de Perdidos en Hidden Beach o recorrer la Big y Small Lagoon en kayak siempre preparada para explorar el fondo marino.

Esos días fueron, sin duda, algunos de los mejores días de los seis meses de aventura. Por eso os los cuento antes de que sea vox populi que el paraíso existe y está en Filipinas. Id y dejaros mecer por la serenidad y la belleza del lugar. Pero luego no os enfadéis conmigo si no queréis volver. Yo he vuelto, pero los que me conocen saben que tengo claro que no voy a tardar demasiado en volver a perderme por El Nido, Palawan y Filipinas. No solo las personas dejan huella, también los lugares y El Nido ya está en lo más alto de mi particular ranking junto a Bagan, Ubud, el Outback australiano o Puerto Viejo.

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