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Neuschwanstein: La fantasía alemana

Casi dos horas en tren desde Múnich, microautobús y un gélido paseo en carro de caballos después , el castillo de Neuschwanstein apareció ante nosotros envuelto en una nebulosa y una persistente nevada que lo convertía, todavía más, en escenario perfecto de un cuento de hadas. Walt Disney se inspiró en él para crear el Castillo donde la Bella Durmiente aguardaba a que el príncipe azul acudiera a su rescate.

En el auténtico Castillo de la «nueva piedra del cisne» nunca hubo tal príncipe azul, solo un rey que enloqueció ante el fracaso de un proyecto megalítico que empezó con derrotas militares y que acabó con la todavía no aclarada muerte del monarca Luis II de Baviera a orillas del lago Stanberg tras haber sido declarado incapacitado. Enclaustrado durante los últimos años de su vida entre los muros de su arrebato de fantasía y romanticismo en una época en la que las grandes fortificaciones ya no eran necesarias, peleó por un ideal de belleza y esplendor que acabó por ser su sentencia a muerte.

Dicho esplendor se intuye a medida que vas acercándote a la fortaleza de Neuschwanstein, aunque resulta incompleta en parte porque son pocos los días del año en los que el castillo no se encuentra cubierto parcialmente por lonas. Los trabajos de restauración y conservación no nos permitieron apreciar la cara más visible del castillo, aquella con la que te encuentras nada más bajar del microbús que te traslada desde Füssen hasta el pie de la colina en el que se encuentra, magnánimo, uno de los monumentos más visitados de Alemania. La densa niebla y las temperaturas bajo cero hicieron el resto.

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Aun así, merece la pena invertir dos horas de viaje de ida y otras dos de vuelta para echarle un vistazo a uno de los últimos trazos de la historia de reyes y plebeyos que durante siglos marcó el destino europeo. La visita, de unos 45 minutos de duración y con autoguía incluida en el precio (12 euros), permite hacerse una idea de hasta que punto Luis II de Baviera perdió la razón persiguiendo un ideal de belleza que le llevó a ganarse el apodo de ‘El Rey Loco’. Todo en su interior responde a una razón ya sea de belleza, de cultura o de ingenio, nada fue dejado al azar. Poco funcional, Neuschwanstein abarca diversos estilos arquitectónicos y en sus paredes se pueden apreciar constantes referencias a leyendas como la de Tristán e Isolda o personajes como Fernando el Católico.

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Llama la atención, por ejemplo, el cabezal de su cama. De estilo neogótico, se tardó tres años en construirlo tal y como deseaba el monarca. Una gruta artificial, una cascada, un complicado sistema de luz eléctrica y una cocina que seguía principios de Leonardo Da Vinci son algunas de las joyas que dejó la locura de un monarca que quiso recuperar el esplendor de tiempos pasados. Las vistas desde el castillo son, además, impresionantes en invierno. Al lado de los Alpes, la nieve lo cubre todo, los lagos que rodean la edificación aparecen congelados y la mística parece apoderarse de un paisaje que bien podría haber sido diseñado por un Walt Disney que quedó atrapado, como muchos visitantes, ante la belleza de un rincón que parece no pertenecer a este mundo. Allí, el silencio solo queda roto por el repiquetear de los caballos que dejan a los turistas a medio camino. Los últimos metros de ascensión deben hacerse a pie, pero merece la pena siempre y cuando vayas bien abrigado. Hace frío, pero es parte de su encanto. También el de un viaje en tren que poco a poco te aleja del bullicio de las grandes ciudades.

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