En el anterior post os explicaba que este iba a ser un verano algo atípico por muchas razones. Por primera vez desde 2010 no me he colgado la mochila a la espalda para salir a explorar mundo. Resulta extraño ver como tus guías de viaje están en manos de tus amigas y no en las tuyas. Te preguntas «qué está pasando aquí» y te entran ganas de perderte, aunque sin saber muy bien dónde ni cuánto tiempo ni cómo. Aun no tengo respuestas para esas preguntas, pero empiezo a tener claro que las encontraré en los próximos meses. El espíritu Nomadista empieza a despertarse.
Por suerte, no siempre hay que irse a la otra punta del mundo ni sin billete de vuelta para sentir ese cosquilleo feliz que provoca el viajar a lugares desconocidos. Olvidamos, yo la primera, que cerca de casa hay sitios esperando a ser descubiertos. O viejos rincones que con la compañía adecuada resultan completamente nuevos. De estas sensaciones está hecho mi verano 2017. Un verano diferente. Dicen que la felicidad, eso que nos obsesionamos en perseguir y conseguir constantemente, trata de querer estar en el lugar y momento en el que se está… o algo así. Y en ese no siempre fácil aprendizaje estamos. Un ejemplo de todo ello es la escapada de hace unas semanas a Toulouse.
La Ciudad Rosa no tiene arrozales ni playas paradisiacas, pero resulta perfecta para las que no podemos permitirnos en estos momentos lugares exóticos y lejanos. Toulouse me reconcilió con esas escapadas urbanas que durante mucho tiempo fui dejando de lado por insuficientes o poco especiales. Prejuicios. La cuarta ciudad más grande de Francia -por detrás de París, Marsella y Lyon- me liberó de ellos con un fin de semana intenso, divertido y de reencuentros. De sensaciones y de compañeras de viaje. Volví a viajar con la amiga con la que más escapadas había compartido en el pasado y fue como si nunca hubiésemos dejado de hacerlas. Un fin de semana redondo que no habría sido posible sin la colaboración de Renfe-SNCF, la red francesa de trenes de alta velocidad, y la oficina de Turismo de Toulouse. No solo nos trataron como auténticas reinas, sino que además nos permitieron descubrir una Toulouse que, probablemente, se nos habría pasado por alto y que ahora no os podría explicar.
DE ENCANTO FRANCÉS… Y ESPÍRITU MEDITERRÁNEO
Toulouse es una ciudad bonita. No todas las ciudades pueden decir lo mismo. Todas tienen su encanto, pero Toulouse parte de la base de que es una ciudad bonita de paredes rosas, persianas antiguas y de colores pastel sacados directamente del catálogo de Pantone y farolas románticas. Da gusto caminar por su casco antiguo en busca de las torres del orgullo que sobresalen de sus edificios más señoriales. Pequeños torreones que los mercaderes más ricos de la ciudad construían como señal de poder. Una manera de decir, ‘eh, a mí me va muy bien’ de la época en la que Toulouse comenzó a crecer hasta convertirse en una de las principales ciudades del sur de Francia. El equivalente, imagino, a esos BMW, Audis y Mercedes que comenzaron a poblar las carreteras españolas en los años previos a la crisis.
Muchos son los que, desde España, se queda en Carcassone y se pierden una ciudad que ofrece, además, ambiente a pocos kilómetros de distancia. Vida en las calles. El buen clima del que gozan los tolosanos -veranos calurosos e inviernos suaves- permite a la ciudad vivir en la calle. Las terrazas abundan y pasear por la ribera del Garona es un placer. El césped se mezcla con el asfalto y peatones, ciclistas y runners se dan cita en una de las principales arterias de Toulouse. Merece la pena reservarse un par de horas, al menos, para dejarse llevar por los pies, sin rumbo, cerca del río. Bares con encanto, mercadillos de arte y música callejera os acompañarán.
Tal vez fue la necesidad de sentirme viajera por unos días o las ganas de dejarme sorprender por una ciudad que hasta hacía unas semanas no estaba en mi lista de lugares. O la compañía. O todo un poco, pero lo cierto es que Toulouse me parece un destino perfecto para una escapada de esas que permiten romper con la rutina y hacer que el recorrido pendiente hasta las vacaciones sea menos duro. Tanto si se viaja sola, con amigas, en pareja o con la familia. Toulouse es una apuesta ganadora tanto por sus encantos arquitectónicos, sus detalles y rincones tan franceses como por su gastronomía. Tantas cosas que a medida que voy escribiendo este post, para variar sin esquema previo, me doy cuenta de que hay demasiado que contar para un solo post. Así que hoy me centraré solo en los imprescindibles de Toulouse. Del comer y beber os hablaré en el siguiente post.
QUÉ VER EN TOULOUSE
Ya os he dicho que Toulouse es una ciudad bonita y relajada. El simple hecho de caminar por sus calles ya merece la pena. Te encuentras pequeñas joyas como la cafetería que han abierto las monjas carmelitas junto a su pequeño convento (Rue de Périgord). Bancos de hierro bajo la sombra de árboles centenarios y un silencio inquebrantable para descansar, reponer fuerzas o simplemente disfrutar de un buen libro. La biblioteca de la ciudad se encuentra al otro lado del jardín de este rincón exquisito e inesperado que no muchos conocen.
Toulouse forma parte del Camino de Santiago francés, por lo que la importancia de la religión y de sus edificios es considerable a nivel turístico. Mi relación con la religión es más bien mínima, pero en la Ciudad Rosa uno debe visitar sus dos emblemas: la Basílica de Saint Sernin y el Convento de los Jacobinos. Ambos edificios trascienden más allá de lo religioso y son muestras evidentes de la reinterpretación de dos estilos tan diferentes como el románico y el gótico. Una mañana será suficiente para descubrir el encanto de dos edificios que, no obstante, hay que visitar también de noche. Desde hace unos años, una iniciativa municipal ilumina los principales puntos de interés de la ciudad. Cada año se suman nuevos a ella.
La Basílica de Saint Sernin representa la mayor obra románica de Francia. No hay otra como ella en todo el país, aunque su aspecto resulta algo diferente a lo habitual debido al color rosa. Todo en Toulouse tiene ese tono aladrillado (¿existe la palabra?) debido a la falta de piedra para la construcción. Nuestra guía, cortesía de Turismo de Toulouse, nos explicó que se tardó más de dos siglos en finalizar la obra y que fue erigida en el lugar en el que descansan los restos de San Saturnino, el primer obispo de la ciudad y que fue torturado por los romanos. Cuenta la leyenda que fue atado a un toro salvaje y arrastrado por la que hoy es la Avenida Taur, también en honor a un hecho que marcó parte de la historia de la ciudad. Cierto o no lo que se cuenta en ella, la Catedral resulta imponente.
Lo mismo sucede con el extraño estilo gótico del Convento de los Jacobinos. No me gusta el gótico. Desde los años de instituto. Siempre me pareció un estilo oscuro, supongo que debido a la época en la que surgió. Así se lo comenté a nuestra guía y ella me retó a darle una oportunidad. «Te sorprenderá», me decía y lo hizo. Mucho más sobrio de lo habitual, compacto y luminoso, este convento podría pasar por una nave industrial de no ser por su interior. Su rareza arquitectónica se debe, como en el caso de Saint Sernin, al tiempo que transcurrió entre el inicio y fin de la obra. Los tolosanos fueron adaptando a su manera y recursos el gótico hasta concluir la construcción. Aunque si hay algo que sorprende de este lugar es, sin duda, su interior. Su nave se encuentra dividida por tan solo una hilera de imponentes columnas centrales y paredes desgastadas. Su historia también es curiosa ya que los soldados de Napoleón utilizaron la amplitud de este convento para dar cobijo a sus caballos provocando, así, la pérdida de la mayoría de los frescos que decoraban las paredes. La entrada a ambos edificios es gratuita.
En este recorrido por callejuelas, torres del orgullo e iglesias no puede faltar el Capitolio o, lo que es lo mismo, el Ayuntamiento de Toulouse. Su alargada estructura frontal esconde un amasijo de edificios -entre ellos la Ópera- que fueron construyéndose por separado. La fachada, una especie de cartón piedra decorativa, los unifica y da coherencia a la plaza principal de la ciudad. Las bodas civiles se celebran aquí, así que resulta curioso observar como por la parte trasera del Capitolio, justo junto a la Oficina de Turismo de Toulouse, se amontonan novias, novios e invitados esperando su turno para entrar. Una estampa curiosa y divertida que, a veces, se puede observar desde dentro siempre que no sea sábado. Ese día es tal el overbooking de bodas que la entrada a los salones del recinto está prohibida si no se dispone de una invitación nupcial. Entonces, solo queda escuchar los vítores de unos y otros desde la plaza.
TOULOUSE CON NIÑOS…
Para los más pequeños y no tanto es este último imprescindible, especialmente para los amantes del espacio y la ciencia ficción: La Ciudad del Espacio. Toulouse lidera la carrera espacial y aeronáutica en Europa y cuenta con un Museo que así lo demuestra y en el que uno puede sentirse astronauta por un día… u horas. Simuladores de gravedad, naves espaciales en las que subir, trajes… todo eso y más se encuentra una cuando se adentra en la Ciudad del Espacio. Las entradas no son baratas -a partir de 21 euros-, pero la experiencia resulta diferente. Una alternativa a los paseos y la historia. Aquí lo desconocido y el futuro mandan.
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