Hay momentos en los que una se queda sin aliento. Momentos que tienen la fuerza suficiente para hacer que el mundo se pare para ti. De esos instantes de placer y paz interior que tanto se buscan en nuestros días, pero que llegan casi por arte de magia, sin quererlo. Y que solo una vez que han pasado identificamos como tales. Un beso que sientes de una manera más intensa y que resulta ser el último, una mirada cruzada… y también un paisaje. Los MOMENTOS, así en mayúsculas, se esconden en mil y un rincones a la espera de ser descubiertos, pero sobre todo sentidos.
Reflexionando sobre esos instantes en los que parece que todo lo demás no importe ni exista me he acordado de la Bahía de Lan Ha, sin duda, uno de los espectáculos naturales más increíbles e indescriptibles que he tenido el placer de conocer de cerca. Fue en la segunda parada del viaje por Vietman. La mejor de ellas. Navegando por sus tranquilas aguas salpicadas de amenazantes islotes, que parecían querer alcanzar el cielo, me sentí poderosa. Sentí que toda la inmensidad del mundo, y no es poca, me pertenecía. Éramos nosotras dos, una pequeña embarcación, el capitán y su hijo. Nadie más. Un par de embarcaciones como la nuestra a lo sumo durante toda la mañana, un ladrido aislado que nos llegaba amplificado por el eco desde alguna de las casas flotantes que nos encontrábamos a nuestro paso, el llanto de un bebé o el rumor de una radio. Nada más.
Incluso el Monzón, que nos obsequió con una intensa, aunque breve lluvia, fue bien recibido. Tratar de llevar la cuenta de los islotes se convirtió en una misión imposible a los pocos minutos de nuestra travesía por ese exquisito rincón del Mar de la China, así que perderse entre el horizonte y tratar de averiguar donde acababa el océano y donde empezaba el cielo fue nuestro único objetivo durante las dos horas que duró una travesía en la que resultó imposible pensar en otra cosa que no fuera en lo que teníamos delante. Frenético ejercicio el de nuestras retinas para retener todas esas postales. Recompensa insuficiente. Demasiada belleza y dos únicas sensaciones: paz y libertad.
Ahora entiendo la pasión que sienten por la navegación todos aquellos que un día probaron domar la fuerza del mar. Imposible no enamorarse de esas sensaciones. Hubiera dejado correr las horas del reloj eternamente en aquel pequeño oasis. Si alguno de vosotros decide alguna vez ir a Vietnam, la Bahía de Lan Ha es el ‘must’ del viaje. No la vecina Bahía de Ha Long. Allí también se puede navegar por entre los islotes, pero rodeados por decenas de turistas que prefieren apostar por lo seguro y que, por ello, se pierden muchas veces lo más auténtico de los países que visitan.
Existen centenares de agencias (no exagero) que desde Hanoi organizan excursiones a Ha Long. Son económicas, pero nada más. Navegas, haces kayak como nosotras, te llevan a visitar cuevas e incluso te ofrecen la posibilidad de ir a una playa recóndita. También la opción de hacer noche y amanecer en medio de la bahía. Pero se trata de un privilegio compartido por decenas de barcos que, como el tuyo y el de 20 personas más, navegan al unísono por unas aguas cada vez más sucias. Es cierto que no tienes de qué preocuparte, te recogen en el hotel y al cabo de un día o dos te vuelven a llevar al mismo sitio y que la experiencia también vale la pena. Pero si algo he aprendido estos dos últimos veranos es que la comodidad en este tipo de situaciones suele compensar poco.
Mi recomendación: ir por libre. Comprar un billete combinado de autobús+ferry+microbús hasta la isla de Cat Ba. Es la única isla habitable entre tanto peñasco y punto de separación de las bahía de Lan Ha y Ha Long. Muchos viajes organizados hacen parada en ella, pero pocos son los que traspasan esa línea divisoria. Se tarda entre 4 o 5 horas en llegar, pero una vez allí no hay problemas para encontrar habitación en uno de los hoteles del pequeño paseo marítimo. Y son económicos (entre 10 y 15 dólares la noche). Una vez allí solo hay que pasear, preguntar sin miedo y contratar con un hotel o con una de las dos agencias que hay la travesía por Lan Ha. Veréis que ofrecen o bien en grupo (siempre por la tarde porque así hacen el pack de pernoctar en una pequeña playa con cabañas) o privados a primera hora de la mañana.
Por falta de tiempo, optamos por esta última opción. Y, realmente, fue lo mejor que pudimos hacer. Por unos siete u ocho dólares más (22), disfrutamos de cinco horas de auténtico lujo en los tiempos que corren. Hicimos kayak, impresionante escuchar el eco de nuestras voces mientras remábamos en lo que parecía ser el fin del mundo; pudimos nadar y bucear en las cálidas aguas del Mar de la China y hasta tuvimos tiempo de sentirnos como dos protagonistas más de Lost cuando el barco nos dejó en una pequeña playa de arena fina que se había ido creando entre dos islotes con el paso de los años.
No necesitamos hacer noche. Cinco horas fueron suficientes para disfrutar al máximo de un rincón en el que resulta imposible no vivir uno de esos MOMENTOS a los que hacía referencia al inicio. Simplemente espectacular. Sentir la brisa del viento, las gotas de lluvia en las mejillas y esa inmensidad que por minutos, horas, nos perteneció. Fue la mejor manera de recargas las pilas tras un largo viaje, una agotadora escala en Moscú y un día de locura en Hanoi. Vietnam tiene muchos encantos, cada uno de ellos merece la pena. Pero, sin duda, Lan Ha dejó huella en nosotras y no me cansaré de recomendar una experiencia sublime. De esas que seguirás recordando por más viajes que realices a lo largo de tu vida.
(Este post fue originalmente escrito el 1 de noviembre de 2011 en www.lauretaenruta.wordpress.com)
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