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Arena en los bolsillos

No me gusta Manolo García, pero el título de su primer álbum en solitario me viene ni que pintado para la ocasión. Probablemente aborrecí al pobre de Manolo de escucharlo una y otra vez en el coche. Mi padre tuvo una época muy manolista y acabé por cansarme de esa mítica canción en la que asegura perderse en los mapas. En eso, por cierto, podríamos coincidir.

https://youtu.be/9zdEXRKJSNY

La culpa de mi arena, sin embargo, no se debe a otra cosa que mi paso por Fraser Island. Se trata de la isla de arena más grande del mundo. Vale, puede parecer poca cosa. ¿Una isla de arena? ¿Qué diferencias hay con una de toda la vida? Para empezar, que todo en ella es de arena. Hasta las pequeñas montañas que con el paso de los años se han ido formando. Sus carreteras, también. Aunque lo más sorprendente, sin duda, es su bosque. Frondoso, por momentos cercano a una jungla, que ha crecido en la arena del desierto que domina el centro de una isla que tiene unos 120 kilómetros de longitud.

Fraser Island cuenta, además, con la mitad de los lagos de agua de lluvia que existen en el mundo. Unos cuarenta y, entre ellos, el más grande y profundo: el lago McKenzie. De agua templada y transparente, parece una playa más. Bañarse ahí es una delicia, especialmente cuando no puedes hacerlo en el mar por la amenaza de tiburones y medusas. Solo en las Champagne Pools puedes remojarte, una especie de minipiscinas naturales que un conjunto de rocas mantiene relativamente protegido del océano.

Fraser Island-Mackenzie4

También nos llevaron allí. Y digo llevaron porque Fraser Island es una de esos lugares a los que uno debe ir con un tour organizado. Se puede ir por libre, pero no es lo más seguro del mundo puesto que, además de los dingos que pueblan esa tierra, la conducción resulta muchas veces peligrosa ya que las dunas y los pequeños arroyos son una constante. De hecho, la autopista en Fraser no es otra cosa que la arena de la playa. Cuando llegue a Barcelona intentaré colgar algún video, realmente es una experiencia totalmente diferente aun no conduciendo. Necesitas un 4×4 y, normalmente, algún que otro coche que te remolque cuando te quedas atrapado. Mi coche no tuvo esos problemas –íbamos con el líder y guía–, pero los otros tres que formaban el comboy sí y nos tocó empujar más de una vez.

Fue divertido. Y polvoriento. Como el campamento en el que teníamos que dormir dos días seguidos. Equipado con discoteca –me contaron que muchos jóvenes van a ese viaje porque tiene fama de ligarse fácil y, añado, de acabar vomitando por todas partes también–, la zona era bastante precaria. No había excesiva luz para cocinar –cada equipo tenía sus cajas de racionamiento para tres días– y las arañas poblaban los baños. Aun así, con unos buenos tapones para mitigar el boom boom de la música, se podía más o menos descansar. Resulta curioso como, pese a lo duro del suelo y los constantes baches en el coche, me levantaba fresca como una rosa cada mañana.

Nos dejamos llevar por la corriente en un arroyo de 500 metros y agua congelada que te arrastraba hasta la playa. Increíble. El agua, además, se podía beber. O eso decía nuestro guía Mick… aunque lo más impactante llegó a última mañana y tras caminar dos kilómetros y medio por arena. De ahí vienen mis problemas de rodilla estos días. 45 minutos interminables para llegar al medio del desierto. Dunas doradas que, por sorpresa, descendían hacia la derecha protegiendo un lago al que muchos optamos por llegar haciendo la croqueta. Mala idea si no tienes la suerte de apreciar el valor gastronómico de la arena… Y mucho peor, si te mareas con facilidad.

Las fotos no captan todo lo extraño y bello del lugar. A la izquierda, desierto. En medio, un lago inmenso. Y a la derecha, bosque. Tres en uno para acabar tres días de excursión.

 

Fraser Island

 

Fraser Island

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(Entrada publicada originalmente el 7 de noviembre de 2013 en www.lauretaenruta.wordpress.com)

 

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