Estoy casi convencida de que la expresión ‘in the middle of nowhere’ la inventó alguien que, de repente y sin saber muy bien cómo, se encontró en el Kakadu National Park. Si algún día me pierdo, no me busquéis ahí. Ahorraros las molestias ya que, en el caso de que estuviera por ahí, sería imposible encontrarnos en sus 20.000 metros cuadrados…Por no hablar de los ‘animalitos’ que los pueblan. Desde cocodrilos hasta búfalos que podría pasar por hipopótamos sin olvidarnos, por supuesto, de serpientes, arañas, dingos… lo mejor de cada casa, vamos. Moriríamos de inanición o por la mordedura de alguno de sus habitantes antes de encontrarnos.
El Kakadu National Park es el más grande de toda Australia y está compuesto por kilométricas extensiones de árboles y caminos polvorientos. Un par de carreteras, casi siempre sin asfaltar, lo cruzan y conducen a recónditas maravillas que lo convierten en mucho más que una sabana. De hecho, y tras tres días recorriendo sus tierras, creo que nunca había visto nada tan espectacular. Sé que mi palabra no tiene demasiada trascendencia –ni que me conociera todo el mundo–, pero en mi modesto ránking de maravillas planetarias las JIM JIM FALLS han desplazado del primer puesto a la Bahía de Lan Ha.
Mi madre lanzó hace unos meses una pregunta retórica en la que casi se maldecía por tener una hija a la que le guste irse tan lejos. De hecho, sus palabras exactas fueron ‘no sé de dónde me ha salido una hija aventurera’. Opté por no contestar y obviar el primer comentario que se me pasó por la cabeza y que fue ‘tú sabrás’. Ahora, tras tres días de expedición por las inhóspitas tierras del norte, he recordado que si me gusta escaparme con la mochila a cuestas es, precisamente, por esos momentos en los que una delicia de la naturaleza como las Jim Jim se planta ante mis ojos y me deja sin respiración. Por esos momentos en los que te haces pequeña y grande a la vez y una tímida sonrisa de felicidad se escapa por entre la comisura de los labios. Por esos instantes en los que no sabes ni cómo ni por qué, pero todo desaparece a tu alrededor y flotas en una especie de estado zen que debe ser primo hermano del famoso NIRVANA.
Todo eso y más es lo que me sucedió cuando, tras 40 minutos subiendo y bajando rocas –sufrí especialmente cuando estas eran más grandes que mis cortas piernas– a 48 grados y una humedad insoportable, las JIM JIM aparecieron ante los diez miembros que llevábamos compartiendo minutos y sufrimientos desde hacía más de 48 horas.
La cascada, al ser los últimos días de la temporada seca, no era más que un pequeño ‘rajolí’ de agua que caía gota a gota desde algo más de 200 metros de altura. No importó ante el enorme lago de aguas cristalinas que se extendía ante nosotros rodeado por paredes que parecía esculpidas por maestros del renacimiento. Tardamos 0,2 o menos en lanzarnos al agua para sofocar el calor y disfrutar del mejor baño de nuestras vidas. O, por lo menos, el mío. Ahora tengo una incipiente otitis como prueba. Hacer el muerto demasiados minutos seguidos no es bueno.
Una vez recuperado el aliento, nos lanzamos a la conquista del otro extremo del lago. Una tarea nada fácil ya que no exagero si su extensión era, como mínimo, de dos o tres piscinas olímpicas y no había donde descansar. Lo mismo de ancho. Alcanzada la meta, llegó el turno de los saltos desde los salientes de las rocas. Reconozco que no me atreví a saltar desde el más alto, unos diez metros, y no porque hubiera que saltar lejos para evitar las rocas. No. Simplemente porque en el paso intermedio casi me quedo sin bikini al entrar en el agua de cabeza –saltar de palillo es para principiantes–. El agua estaba demasiado transparente como para correr riesgos innecesarios. Así que opté por disfrutar del momento durante la hora y media que estuvimos danzando por ahí.
A la vuelta, me torcí el tobillo. Y Veronika, una alemana de 19 años que los tiene en su sitio al venirse cinco meses sola a Australia– se cayó de cabeza entre las rocas cuando empezó a caer una fina lluvia que convirtió el camino en una auténtica pista de patinaje. La cosa empeoró, un poco, cuando nos cruzamos con una pareja que nos advirtió que en su camino hacia el lago habían visto una serpiente de esas pequeñas y de cabeza marrón. Es decir, de las más venenosas de todas. Estupendo. Magnífico.
No la vimos, aunque apostaría a que ella a nosotros sí, y pudimos dirigirnos hacia nuestra última comida –unos wrap o burritos de estar por casa– para poner el punto final a una experiencia que tuvo un colofón sobrenatural, pero que comenzó en un destartado híbrido de todoterreno y humer en el que nos recorrimos centenares de kilómetros. El primer día, sin ir más lejos, nos dirigimos al parque Lichtfield para realizar un crucero fluvial y avistar cocodrilos. Vimos cuatro, dos de ellos bastante amenazantes y multitud de aves que hicieron imposible no acordarme de mi amigo José David. ¡Habrías disfrutado como un enano! Antes, nos dimos el primer chapuzón libre de cocodrilos en las cascadas Florence.
Desde las alturas no se divisaban los pequeños lagos que daban la bienvenida a turistas y locales, que tienen la costumbre de desplazarse el fin de semana a alguno de los lagos libres de bicharracos. En Darwin y el resto de localidades del norte del país está prohibido bañarse a mar abierto de octubre a mayo. En invierno se puede hacer, aunque tampoco es muy recomendable. Por suerte, cogimos un fin de semana poco concurrido y fuimos dueños de las Florence Falls. Antes, que me he olvidado, visitamos los curiosos ‘termiteros’. Algunos de ellos, de más de tres metros de altura donde viven estos animales enemigos eternos de las hormigas.
Unas hormigas, por cierto, que las hay con sabor a limón. Sí. Si os encontráis alguna vez con hormigas que tienen la última parte de su cuerpo de un color verde uva no dudéis en darle un buen lametón. Su sabor es realmente sorprendente. Eso sí, no conviene tragárselas que pican. Cosas que una va aprendiendo por el camino como que las noches de insomnio en un campamento en Australia tampoco son recomendables. Al nerviosismo por no dormir –yo pensaba que se quedarían en Barcelona– se añade el que provoca todo tipo de ruidos animales. Los dingos y canguros merodearon esa noche por nuestro campamento no sé si como venganza a la señora barbacoa que hicimos a base de canguro y hamburguesas de búfalo, por cierto, excesivamente fuertes de gusto. Solo me queda probar el cocodrilo… y el pescado. ¡Un poco de dieta sana, por favor!
(Este post se publicó originalmente el 17 de octubre de 2013 en www.lauretaenruta.wordpress.com)
1 Comment
Australia y los territorios del norte
22 junio, 2015 at 11:22[…] de dos veces por día. El viaje, de hecho, fue de menos a más y aunque ya he dicho que las Jim Jim Falls se llevaron el premio gordo de la lotería de Navidad, Maguk bien podría ser el segundo de ellos. […]