El segundo día de aventura en el Northen Territory comenzó bien prontito. A las seis estábamos citados para el desayuno… sí, curioso fenómeno el que se produce durante los viajes. Es en esos días cuando una está dispuesta a hacer sacrificios que de ninguna de las maneras haría en su día a día. ¿Levantarme a las 05.30 para caminar? Ni hablar. Pero ya se sabe que cuando te vas a descubrir mundo hay cosas que una debe hacer…
Anyway, ahí que estaba como una campeona y tras dormir, como mucho, dos horas. Dispuesta a dejarme llevar por las pinturas rupestres de Ubirr, las más antiguas del planeta ya que se calcula que algunas de ellas tienen unos 20.000 años… o eso dicen por aquí. Cada cual que le de la credibilidad que cree que merece la cifra. La verdad es que las pinturas aborígenes me dejaron algo fría. Ni fu ni fa que se podría decir. Hay que tener mucha imaginación para ver en ellas las historias que nos contaba Sean, nuestro guía. Eso sí, las vistas desde este lugar sagrado eran espectaculares. Formaciones rocosas de hace más de un billón de años desde las que se avistaba, por un lado, un extenso prado verde y, por el otro, las montañas. Una visión de 360º desde la que hacerse una idea de la inmensidad del parque y que, de no haber sido por los más de 45 grados de temperatura, habrían supuesto un punto de lectura perfecto para desconectar y vivir otras vidas.
De allí nos dirigimos directamente al país de las moscas. Todavía no sé como no me zampé una de ellas entre hot dog y hot dog. Solo diré que acabamos comiendo en nuestro destartalado jeep. Decir que eran pesadas sería decir poco o nada de ellas, ¡qué manera de insistir!
Nos dirigimos después, de nuevo, hacia el agua. Única manera de sobrevivir en una zona en la que el polvo rojizo se colaba hasta lugares insospechados. De ahí que el bidón de agua con el que cargábamos estuviera protegido siempre con bolsas de basura tamaño XXL. El lugar escogido fue esta vez Maguk y sus cascadas. Ahora que recuerdo como fue el viaje tengo la sensación de haber dicho ‘esto es lo más espectacular que he visto nunca’ un promedio de dos veces por día. El viaje, de hecho, fue de menos a más y aunque ya he dicho que las Jim Jim Falls se llevaron el premio gordo de la lotería de Navidad, Maguk bien podría ser el segundo de ellos. No estaba, sin embargo, tan solitario como el resto de lugares.
Algo que le restaba encanto al chocar todo el rato contra gigantescos australianos cuando te dejabas llevar por el agua, pero que nos permitió asistir a un par de momentos memorables. De esos en los que dices, ‘eso te pasa por hacerte el listo, chaval’. Y es que, como en el resto de cascadas y lagos del parque, los saltos desde las rocas están de moda y una serie de ‘machotes’ australianos se dispusieron a demostrar lo valientes que eran saltando desde alturas que tú veías claro desde el primer momento que no eran buena idea. Hubo varios planchazos, pero el mas espectacular sin duda fue el de un joven aborigen con pinta de futbolista africano –una especie de Essien pero más alto– que se lanzó al agua de espaldas. Solo diré que todo el lago enmudeció cuando el muchacho en cuestión aterrizó en el agua descontrolado y con la cara.
Tardó en salir a flote, creo que por la vergüenza y por las lágrimas que de bien seguro derramó. Esa caída tuvo que doler y, aunque intentó disimular como todos hacemos cuando te has hecho daño de la manera más tonta y no quieres que nadie se de cuenta, no coló que minutos después quisiera volver a saltar. Su cara era un poema y, lo siento, no pude evitar la risa. ¡Qué menos después de cortar el rollo zen y eso!
Esta última foto es cortesía de Michelle, una chica de Ontario con la que compartí el viaje y también estos días en Cairns. De hecho, Veronika, Michelle y yo descubrimos tener el mismo vuelo y desde entonces hemos estado juntas todo el tiempo. Una buena manera de adaptarse al inglés, aunque a veces me miran con cara de ¡What! cuando se me cuela alguna castellanada o catalanada en mitad de la conversación. Supongo que mi cerebro echa de menos hablar en sus lenguas maternas y me traiciona con alguna palabra entre tanto inglés.
Con ninguna de ellas, sin embargo, compartí tienda de campaña durante esas dos noches. La segunda de ellas a ras de tierra y sin cubierta. Éramos el suelo, la mosquitera, la luna y yo. Bueno, y la hoguera en la que cocinamos un delicioso pollo al curry con arroz después de pararnos en mitad de la carretera para buscar ramas y troncos con los que encenderla. Curiosa experiencia de la que salí ganadora, vale, ganadora a que todos mis troncos menos dos se vinieron con nosotros al bush camp. Esa noche, por fin, no soñé con personajes extraños y pude dormir. Suerte, me evité escuchar a los dingos a nuestro alrededor. Ben, un chico de Sydney, todavía debe estar buscando una de las chanclas que dejó fuera de la tienda.
(Este post se publicó originalmente el 17 de octubre de 2013 en www.lauretaenruta.wordpress.com)
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