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La magia de Whitehaven Beach y la barrera de coral

Los viajes tienen la capacidad de acelerar el ritmo de un tiempo ya de por si voraz conforme uno se hace mayor. Las semanas parecen meses y una pierde la noción de los días. No sé en que día vivo y, mucho menos, si intento hacer cuentas con el horario español –ahora mismo 10 horas menos que en Nueva Gales del Sur–, pero a decir verdad tampoco es algo que me preocupe demasiado. ¡Se puede ser feliz sin horarios, calendarios y móviles de los que estar todo el día pendientes!

El tiempo, de hecho, solo adquiere importancia cuando, por ejemplo, te das cuenta de que ‘solo’ te quedan tres semanas de viaje y desearías tener, por lo menos, dos más para seguir descubriendo la costa oeste de Australia. Ni que decir que después encontrarías cualquier excusa para pedir otras dos… A veces, cuesta cogerle el ritmo a un viaje, pero en cuento lo haces podrías vivir si no eternamente en él, sí durante mucho más tiempo del que dispones. Siempre me pasa lo mismo. Debe ser la gracia, la magia o la adicción de los viajes. Si haces POP, ya no hay STOP.

De ahí que ahora, tratando de ponerme al día tras dos semanas sin tiempo ni Internet para escribir, me parece que fue hace meses cuando me embarqué en el WingsII para recorrer las Whitsundays y sumergirme en la Gran Barrera de Coral. Puedo intentar describir el increíble mundo que se abrió ante mis ojos, pero ya os aviso que cualquier intento será insuficiente. Aunque quisiera, no podría ser justa con una realidad fascinante que ha conseguido mantenerse ajena al ser humano.

Podemos viajar a la luna, incluso enviar una sonda a Marte, pero el océano y sus misterios siguen más o menos vetados a los humanos. Podemos sumergirnos en él, pero nunca podremos hacernos una idea de lo que supone formar parte de un ecosistema que, con sus colores y sus habitantes, transmite serenidad y felicidad. Ahí cada cual va a lo suyo, es cierto que, como en la tierra, existen depredadores, pero una no puede dejar de plantearse el grado de felicidad de esos animales que parecen moverse al compás de una danza milimétrica.

Y esos colores. Me quedo con las tonalidades púrpuras y el vaivén de un coral que, por momentos, recordaba a esos campos de trigo mecidos por el viento. Y los verdes y amarillos y los peces arcoiris. Incluso esos peces con cara de besugo ganan en guapura cuando te acercas a ellos, aunque siempre a cierta distancia. Si algo te recalcan antes de lanzarte al agua es que NO toques nada. Por motivos de conservación, pero sobretodo porque ahí abajo hay cosas realmente peligrosas aunque no lo parezcan a simple vista. Imposible, sin embargo, resistirse a alargar la mano cuando sin darte cuenta te encuentra dentro de un banco de peces que nadan sin apenas inmutarse.

Por suerte, durante las cinco inmersiones que realizamos en las Whitsundays, no nos encontramos con ningún tiburón ni pez Manta. Pero sí con enormes tortugas. Nada a su lado es uno de los grandes placeres que he tenido el honor de disfrutar en mis 30 años de vida. Definitivamente, creo que escogería ser tortuga dentro de ese ecosistema pese a los problemas que tienen dentro y fuera del agua. Podría haberme pasado horas  y horas flotando simplemente con las gafas y el tubo de snorkel de no ser por la humedad de los trajes que estábamos obligados a llevar por la presencia de esas malditas y diminutas medusas ‘asesinas’. Nadie vio ninguna, pero tengo que reconocer que en una ocasión salí disparada hacia el barco al notar un picor en el brazo. Por minutos creí que una de ellas se había colado en el traje que, pese a ser una S, parecía una XXL. «Estoy muerta, como sea una medusa se va a dar un festín dentro del traje», llegué a pensar mientras contenía el pánico y, muy digna, me dirigía al barco. Mejor una muerte allí que no simplemente desaparecer en medio del Pacífico…

Está claro que no era una medusa. No sé que fue, pero aquí estoy. Volví a sumergirme tratando de retener en mi mente un mundo que doy por hecho que difícilmente volveré a ver. Y esos pequeños Nemos… suerte que ahí debajo la gente hace cosas muy extrañas ya que me vi hablando conmigo misma y con Nemo en voz alta. Busque a Dori, pero no fui capaz de encontrar a ninguna. Así que opté por secarme bajo el sol en el catamarán que durante tres días fue nuestra casa. Creo que podría adaptarme sin problemas a la vida de ‘milloneti’ vividor a bordo de un yate. Solecito, baño, solecito, comida, siesta al solecito… un estrés, vamos.

Whitehaven Beach

Y si, además, tienes la oportunidad de bajarte en playas tan espectaculares como la Whitehaven ya ni os cuento. He de reconocer que cuando llegamos allí no me impresionó en exceso. No es la primera playa de agua cristalina y arena blanca que veo. Aunque su arcillosa arena tenía su qué. Por cierto, toda la arena australiana hace ruido. Sí, sé que parece raro, pero cuando caminas por ella vas dejando un rastro sonoro bastante curioso. Decía que no me impactó en exceso, pero todo cambió al subir al mirador desde el que el cielo o paraíso apareció ante nosotros.

Esa lengua de arena adentrándose en un mar arremolinado de tonalidades diferentes es simplemente diferente. No puedes evitar decirme «y yo me he bañado ahí» mientras detectas pequeños tiburones merodeando por la orilla. Como en el paraíso, siempre hay quien se cuela donde no debe. O es que os pensáis que, de haberlo, no habrá quien soborne a San Pedro para que le deje entrar…

Whitsundays22

En las Whitsundays, el soborno sale un poco caro. Pero los 400 dólares que aproximadamente cuestan los tres días y dos noches de viaje merecen la pena. Relax, snorkel o buceo –cada inmersión suele costar unos 60 o 70 dólares extra– y buena comida, que eso para los backpacker es muy importante. Eso sí, si alguno está pensando en venir a Australia, por favor, no coged el Party Boat. Nunca entenderé la gracia que tiene subirse a un barco con 50 personas y lleno de alcohol para emborracharse a partir de las diez de la mañana y no poder ni bajar a la barrera de coral. Para eso, digo yo, quédate en tu casa o vete a Lloret de Mar, ¿no?.

(Este artículo fue publicado originalmente el 4 de noviembre de 2013 en www.lauretaenruta.wordpress.com)

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