De vuelta, sí. Aunque reconozco que no sé muy bien a dónde. Da igual. Vuelvo a sentarme delante del ordenador con ganas, muchas, de escribir. De lo que sea. Simplemente escribir tras demasiadas semanas dándole vueltas a la cabeza y a todo lo que habita en ella. Ideas, proyectos, miedos, necesidades, personas… cosas importantes, pero también pequeñas tonterías agrandadas a cada repaso mental que han hecho que en los últimos tres meses haya sido de todo menos ‘nomadista’. Y ese ser ‘nomadista’ poco tiene que ver con marcharse lejos.
La única que lo ha seguido siendo ha sido la inspiración. Tanto que hace semanas que decidió seguir su propio camino y no ha sido hasta hace unos minutos cuando una postal suya me ha hecho darme cuenta de lo mucho que la echaba de menos. No hace tanto que decía que no me apetecía volver a la rueda y sin apenas darme cuenta allí que me he vuelto a colocar solita y sin la recompensa, por lo menos, de un salario fijo y seguro. A ojos de la gente seguía y sigo a mi aire. A los míos vuelvo a ser la Laura de las prisas, las ansias y las respuestas inmediatas. ¡Qué fácil es volver a caer en los antiguos vicios!
Resulta mucho más fácil vivir de manera relajada y alternativa cuando se desayuna todos los días en una terraza de bambú en El Nido. De valientes y fuertes es hacerlo en una Barcelona en la que todo el mundo va con prisas y las agendas repletas marcan el camino. Las primeras semanas el Pura Vida asiático resiste. No hay prisa por ponerse. Pero entonces la vorágine se apodera de tus pensamientos y los miedos y los sueños se enzarzan en una lucha de titanes que acaba por acelerarlo todo. Las ganas de volverte a ir, las ganas de quedarte, las ganas de querer y poder, las ganas de que todo sea fácil, de que salgan bien las cosas, de que ese salir bien sea ahora y saltándote todas las complicaciones que sabes que llegarán, las ganas de una señal o un ángel de la guarda que te guíe, las ganas de sentirte segura, de encontrar todo lo que hace demasiado tiempo que te falta, de que ahora sí sea el momento, de que los planes no sigan trastocándose y de desenredar el lío en el que te has ido metiendo tu solita. Quién me habrá mandado a mí te dices con esas ganas de ser algo menos complicada y fácil de contentar. Y entre tantas ganas, las más importantes, las de seguir adelante con tu apuesta ya sea en la Conchinchina o en Barcelona se difuminan.
Te pierdes y, perdida, las cosas no salen. Así de simple y complicado a la vez. Y dejas de fluir. De creer en ti y ese caminar al borde del precipicio ya no te sienta tan bien por más tendencia a ello que siempre hayas tenido. La inercia te mece y ya no afrontas tan bien los cambios. Esos cambios que desde hace un tiempo tanto abanderabas. ¿Sabéis que ha pasado? Pues que aterricé pensando en irme de nuevo a Filipinas y establecerme allí unos meses para poner en marcha la segunda parte de La Nomadista. Tenía claro que no quería que Barcelona fuese mi base en este 2016, pero la vida tiene esas cosas que la hacen tan impredecible y sensacional y, tres meses después, las cosas han cambiado. Mucho. Vivir unos meses en Filipinas ya no es prioritario -quiero volver este año, pero no instalarme allí- y sí quiero tener una base en Barcelona. Aunque no sé cómo me la voy a poder permitir en los próximos meses.
Han aparecido nuevos proyectos y casi ninguno relacionado con La Nomadista. La música y los conciertos han llamado a mi puerta de la mano de Indie Lovers, un grupo de locos con los que me he lanzado a la aventura radiofónica y con los que a punto estamos de lanzar web, canal de youtube, organización de fiestas y mil ideas que nos rondan la cabeza. Y en lo personal, uno de esos deseos que no me he cansado de pedir a la mínima ocasión -cumpleaños, fin de año, ritos y tradiciones en países lejanos- y que quién sabe si podría acabar por cumplirse después de todo.
¿Y dónde está el problema? En el miedo. En el miedo a fallar y a que te fallen. En el miedo a no cumplir con esas expectativas que seguramente sean mucho más elevadas en tu mente que en la de los demás. En el miedo incluso a que salga bien y entonces no tener más motivos para quejarte cuando ese runrún tan tuyo te visite de vez en cuando. Miedo a salirte de las normas y a tener que pelear por no ser uno más. Miedo a que todo lo bueno se acabe y miedo a no disfrutarlo por eso. Absurdo, ¿verdad? Pues, sí. La mente humana, pero sobretodo los humanos, somos muy absurdos. Ya lo sabía desde hacía tiempo, pero hoy me he vuelto a dar cuenta de ello. Y he saltado directa al ordenador para escribir este POST que reconozco especialmente absurdo y denso. Espero que me lo perdonéis, pero desahogarme siempre ha estado muy relacionado con el escribir y eso estoy haciendo antes de ponerme, de nuevo, a batallar con ese miedo inevitable. Está bien tener miedo, lo que no está tan bien es que te paralice. Entonces deja de ser útil.
Así que no sé vosotras, pero yo he decidido volver a ponerme en movimiento. En Barcelona, con algún que otro viaje en mente para este 2016 y asumiendo que ahora mismo lo que me apetece es compartirlos en vez de hacerlos sola. Y eso no me hace ni menos independiente ni menos nomadista. Dos conceptos que últimamente se han mezclado y confundido en mi ya de por si confusa mente. Una solo se aleja del nomadismo cuando se deja vencer por los miedos y se olvida de que en la flexibilidad está la clave de todo. Las ideas preconcebidas y los prejuicios no sirven. Lo dicho, de vuelta.
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