Este invierno casi primaveral – ¿dónde está el frío?- hace imposible que no recuerde a diario que hace unas semanas estaba tan ricamente tumbada en playas de arena blanca y agua cristalina. Creo que si hiciese realmente frío este recuerdo sería menos persistente y apetecible, pero sentarse en una terracita a pleno sol y sin chaqueta me acerca, irremediablemente, al verano y al buen tiempo.
No creo que tarde demasiado en chapotear en el Mediterráneo por más fría que esté el agua. Siempre he oído que el agua del mar es casi milagrosa para la mayoría de dolencias y problemas varios. Mala circulación, agua de mar. Dolores musculares, agua de mar. Tristeza/melancolía, más agua de mar. Es evidente que la base científica de estas afirmaciones es más que dudosa, pero a mí me funciona bastante bien. Es acercarme al mar, escuchar el rumor de las olas y sumergirme en sus aguas y olvidarme de todo y de todos. ¿No os sucede lo mismo?
No sabría, no obstante, qué playa sería mi favorita. Me he propuesto hacer un ranking de las más espectaculares en las que he estado y así escoger una, pero de momento iré poco a poco. Hoy retomo la sección Playas de ensueño que inicié hace ya bastantes semanas con las Islas Perhentian en Malasia. ¡Quién pudiera estar ahora mismo allí… o en las islas Gili!
GILI ISLANDS (Bali)
Las islas Gili están situadas entre Bali y Lombok y son parada indispensable cuando se viaja hasta ese rincón del planeta. Resulta complicado explicaros los motivos que hacen de estas pequeñas islas un lugar especial, pero lo son. Así que si alguno de vosotros está planificando un futuro viaje a Bali, por favor, reservaros ni que sean tres días para perderos entre palmeras y rosados atardeceres.
Existe una Gili para todo el mundo. Los viajeros más exclusivos tienen Gili Meno con sus todavía más exclusivos resorts; los más jóvenes y festivos, Gili Trawangan y los más tranquilos o espirituales, Gili Air. Esa es, inicialmente, la definición que todo el mundo os hará de las islas. Y, en cierta medida, es real aunque con matices en el caso de Trawangan o Gili T como se la conoce popularmente debido a lo complicado que resulta, a veces, llamarla por su nombre real.
La primera vez que llegué a Bali (2012) recalé en Gili Air en una escapada de fin de semana que acabaría siendo algo accidentada. Solo estuve dos noches y pude comprobar que realmente se trataba de una isla muy tranquila. Pequeña y accesible a pie -se tarda una hora aproximadamente en darle la vuelta- y centrada básicamente en el relax. Hacerse con una máscara y un tubo e ir en busca de tortugas marinas era y sigue siendo la gran ‘aventura’ en Gili Air. Ahora, tres años después, proliferan los centros de yoga y meditación por lo que resulta un lugar perfecto para una desconexión.
Los bares y restaurantes suelen cerrar alrededor de las 22h, aunque los más trasnochadores alargan hasta la medianoche. Las cabañas siguen siendo el tipo de alojamiento predominante y, aunque asequibles, suelen ser algo más caras que en la vecina Gili Trawangan. Este año tan solo me acerqué a la isla para comer durante una excursión de snorkel. La idea era pasar allí ni que fuese una noche, pero Gili T nos atrapó. Y, cosas de la vida, comprobé que los prejuicios son igualmente absurdos cuando se trata de viajar.
No seré yo la que niegue que parte del atractivo de Gili T se basa en su oferta de ocio nocturno. La mayoría de visitantes llegan a ella en busca de noches eternas al compás de Bob Marley y la marihuana y los magic mushrooms son fáciles de encontrar en la mayoría de bares que inundan la calle principal de la isla. Pero no es su única realidad. Nueve días allí dan para comprobarlo.
El plan inicial era bien fácil. Trasladarse hasta Gili T para celebrar el cumpleaños de Ryan -uno de los integrantes del ‘comando Bali’ que hicimos en Seminyak- y luego regresar para seguir explorando la isla. No fue posible. Una rutina minimalista nos atrapó a casi todos y solo el visado, que expiraba esos días, forzó la salida. Podría decir que aquellos fueron días de pereza máxima, pero prefiero decir que fueron días de completo relax en los que la playa y el reggae marcaron nuestros ritmos biológicos.
En medio de la nada
Aunque la calle principal de la isla ofrece una gran variedad de alojamientos -hostels y cabañas-, nosotros acabamos durmiendo en medio de la isla… y en medio de la nada. El Gili Klapa resultó ser el cuartel general perfecto salvo cuando la noche se alargaba en exceso. Y era casi siempre. Entonces, los 20-25 minutos caminando entre el Sama Sama y la cama se hacían eternos. Os preguntaréis que es el Sama Sama, ¿no? Pues el principal club musical de la isla. No el único, pero sí el mejor y el que más tarde cierra. Un bar doble -local y playa- con música en directo hasta las 23h más o menos y reggae hasta las 4 de la mañana aproximadamente. Si queréis encontraros con alguien, ese es el lugar. Nosotras acabábamos casi sin querer todas las noches allí, no hasta el cierre, pero siempre caía un rato de música y baile antes de dormir. Reconozco que el camarero más atractivo y exótico que he visto en mi vida también tuvo mucho que ver. ¡La de horas que nos pasamos en la barra!
Las largas caminatas a casa, no obstante, tenían su recompensa. Rodeado únicamente por cientos de palmeras, el hostel resultaba un auténtico remanso de paz. El gran edificio de bambú tenía, además, su encanto. Y el personal era realmente agradable. Para que os hagáis una idea, el Gili Klapa está ubicado al norte de la zona más turística. La noche en habitación doble salía por unos 8 euros por persona con desayuno incluido, huevos en cualquiera de sus modalidades o pancakes.
Existía la posibilidad de alquilar una bicicleta al día por 50.000 rupias al día -3,5 euros-. Aparcadas por la noche, durante las horas del día era el mejor medio de transporte no solo para acercarse al centro neurálgico de la isla para tumbarse a tomar el sol o para comer. También por la tarde para recorrer la isla -unos 40 minutos sobre dos ruedas- en busca de los mejores lugares para contemplar el atardecer o para perderse por caminos polvorientos y descubrir los entresijos del poblado local. El campo de fútbol municipal en el que cada día se jugaban partidos digamos que oficiales con megafonía y speaker era uno de los lugares más especiales.
Las bicis, todo sea dicho, no eran las más adecuadas para una isla invadida por la arena en su lado más oriental. Allí apenas se encuentran algunos resorts y bares desde los que despedir al sol. Hay tramos en los que a una no le queda más remedio que bajarse de la bici y empujar. Coches y motos no tienen lugar en una isla en la que los grandes traslados -maletas y mercancías- se hacen en carro de caballos. Y ese es, sin duda, uno de sus grandes encantos. Turístico al máximo en su lado occidental, pero de otra época cuando se traspasa esa primera barrera. Las gallinas campan a sus anchas, los cocos se acumulan junto a las palmeras y el polvo de sus caminos de tierra flota en el ambiente.
Agua cristalina
No esperéis playas kilométricas de estilo caribeño en las Gili. La arena es blanca, sí. Y el agua increíblemente cristalina y turquesa, pero el coral y las rocas marcan la entrada al océano. Y el espacio para colocar la toalla es bastante reducido incluso en los lugares en los que las terrazas de los restaurantes no invaden la playa. Las hamacas suelen ser la mejor opción y en la mayoría de lugares te las dejan gratis a cambio de una bebida o algo para picar.
Las mareas bajas son otro inconveniente a la hora de planificar el baño. Y los barquitos anclados, pero el agua sigue estando limpia. Mi recomendación, no quedarse en las playas de la zona principal y buscar las zonas menos concurridas, es decir, el norte y oriente de la isla. De la zona turística, sin duda, el norte de la calle principal es el mejor sitio. Menos barcas, ambiente relajado y tortugas marinas campando por sus anchas a escasos metros de la orilla. Verles asomar la cabeza para coger aire no tiene precio mientras andas flotando en un mar de agua caliente y escaso movimiento. El padle surf es una buena opción, aunque algo cara -diez euros la hora- para pasar la mañana o los mencionados tours para hacer snorkel alrededor de las tres islas. O simplemente dejar correr el tiempo olvidándose el reloj en la habitación. Hacer demasiadas cosas está sobrevalorado, de verdad.
Bueno, bonito y barato
La oferta gastronómica en Gili Trawangan es variada tanto a nivel de diversidad de platos como de precios. Restaurantes italianos y locales de barbacoas algo caras abarrotan la calle principal. Un buen plato de pasta -la carbonara fue una obsesión esos días- o un sandwich estilo occidental es una buena opción para el mediodía. Por unos 5 euros se encuentran platos realmente deliciosos y las barbacoas, mejor las del lado menos turístico y por la noche ya que suelen ofrecer la posibilidad de contemplar el atardecer con una copa y carne o pescado a la brasa.
La mejor opción nocturna, sin embargo, es la de ir al mercado nocturno. Ubicado a escasos metros del puerto en el que atracan los ferries procedentes de Bali, es bueno, bonito (o delicioso) y barato. Los precios oscilan entre las 30.000 y 50.000 rupias en función de los ítems que te cojas y siempre acabas lleno. Mi puesto favorito -cené 4 noches allí- es el más grande ubicado a la izquierda del pequeño recinto si una se coloca de espaldas al mar. Tortillas, pinchos de gambas, pollo rebozado riquísimo y mix de verduras de todo tipo acompañado por arroz y un pan crujiente tipo crepe por apenas dos euros. Dos euros y medio si añadías un delicioso pastel del puesto de dulces que cada noche deleitaba a los comensales con, por lo menos, 20 tipos diferentes de postres.
Acudimos allí por recomendación de los locales que regentaban el Gili Klapa. Nos hablaron de las brochetas de pescado fresco y, por supuesto, de unos pasteles entre los que personalmente me quedo con los de coco. Siempre había hueco para un pequeño dulce antes de dirigirse a tomar la primera cerveza de la noche. La imagen no es demasiado buena al ser de móvil, pero es una pequeña muestra de los dulces que noche tras noche se podían encontrar en uno de los mercados nocturnos más deliciosos que he encontrado en el sudeste asiático. No exagero, creo.
Cómo llegar
¿Y cómo llegar a estas pequeñas islas? Bien fácil, aunque nada rápido o barato. Los barcos rápidos salen del puerto de Padang Bai, conectado vía furgonetas con los principales puntos turísticos de la isla. Nosotros nos desplazamos desde Ubud. Tardamos unas 3 horas en llegar hasta el puerto en el que un enjambre de hombres gritones y algo estresados te envían a la oficina de turismo, te cogen los datos y te colocan una etiqueta con el nombre de la isla a la que te dispones a ir. Una vez hecho el papeleo, toca esperar un buen rato hasta la llegada del ferry.
Una vez a bordo se tarda cerca de una hora y media en llegar a destino. Hace mucho calor en el interior de los barcos, pero son bastante cómodos en comparación con otros y no hay excesivo riesgo a marearse salvo si se es propenso. No suele haber mala mar entre Bali y las Gili. El tiempo de viaje en su conjunto suele oscilar entre las 5-6 horas, así que es recomendable llevar algo para picar. En Padang Bai se puede comprar fruta por 1 euro aproximadamente… ¡y bienvenidos al paraíso dentro del paraíso!
Lo sé. Mi padre fue muy claro al preguntarme en tono irónico cuántas veces había mencionado la palabra paraíso a lo largo de este viaje. He perdido la cuenta, pero sin duda las Gili son una parte del paraíso de este planeta. No el único, pero si uno de esos lugares mágicos en los que disfrutar de la vida es realmente fácil. Solo se necesita un traje de baño, una toalla y un poco de crema del sol para ser feliz.
No Comments