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Anécdotas birmanas (I)

Ya os he hablado del monje con Facebook y de la experiencia de ir tres en una moto y sin casco por las calles de Mandalay. Son solo dos ejemplos de las cosas realmente surrealistas o diferentes que a una le suceden cuando viaja por el mundo con la improvisación por bandera. Anécdotas y pequeñas historias que acaban siendo los mejores recuerdos del día a día nomadista y que suceden cuando no lo esperas. Aquí os dejo algunos ejemplos más:

Coca cola con helado de limón para merendar. No por separado, que no tendría nada de gracia. Juntos. Es decir, un vaso de coca cola y una bola de helado dentro, así sin más. Durante el trekking por los alrededores de Hsipaw descubrimos que es algo muy típico en Hong Kong y nos dejamos llevar por los consejos de Ron y Edith y nos lanzamos hacia una experiencia culinaria poco recomendable. Primero, por la sobredosis de azúcar que eso significa en Asia –todo es extra dulce, incluso el pan tipo bimbo-; después, porque eso solo es apto para estómagos muy resistentes. Solo os diré que, casualidad o no, un día después dos de los presentes cayeron por problemas estomacales.

La versión original es con helado de vainilla, pero nosotros nos tuvimos que conformar con limón, cookies y chocolate como sabores disponibles. Aunque, más allá de la explosiva mezcla, lo más divertido fue recorrer las escasas calles de Hsipaw en busca de una heladería bajo el diluvio universal y, después, pedir en el hostel si nos lo podrían guardar en el congelador hasta última hora de la tarde. Algún día me gustaría saber qué piensan de nosotros los habitantes de estos países al ver hacer tantas tonterías a los turistas. Piensen lo que pienses, nosotros nos lo pasamos realmente bien en uno de los mejores días de este viaje.

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El lago de Hsipaw. Esa misma noche sucedió otro de esos momentos en los que en Barcelona no habría sido para nada divertido. Tras esperar más de una hora a que la lluvia diera una tregua tras la cena en Mr. Food –un chino barato de los de toda la vida, pero en Birmania- emprendimos el camino de vuelta al hostel sin apenas luz. Diez minutos que acabaron siendo el doble al encontrarnos justo en el cruce de la carretera principal con la de nuestro hotel un enorme lago. La inundación me llevó hasta la infancia y esas calles de El Prat de Llobregat que se colapsaban con cuatro gotas de nada.

No había manera de pasar y no quedó más remedio que arremangarse los pantalones y cruzar poco a poco con el riesgo que comparta un asfalto que para nada tiene que ver con el nuestro. Los hoyos y las piedras marcan el camino. El agua me llegaba a la altura de las rodillas y nuestra patética imagen hizo las delicias de un octogenario que con nuestras peripecias se olvidó de que su restaurante también estaba inundado.

La primera en caer fue Edith, que perdió sus dos sandalias al bajar involuntariamente un par de escalones. Las dos desaparecieron en cuestión de segundos arrastradas por la corriente. El segundo, Ron, que desapareció por completo al caer en un hoyo por el que habitualmente pasa un pequeño riachuelo. Reapareció completamente empapado y nuestras risas se unieron a las del abuelete de la esquina.

Fue una putada para él, todo sea dicho, pero fue un momento de lo más divertido. Un perro algo rabioso –y no en sentido figurado- y la verja cerrada pusieron el punto final a una jornada de aventura. Las copas en la terraza del Mr. Charles Guesthouse pusieron la guinda a unos momentos por los que, en parte, también se viaja. Por lo menos, yo. Sean en Hsipaw o Barcelona, las cosas que surgen sin planificar suelen ser las mejores.

2 Comments

  • El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
    22 julio, 2015 at 3:18

    Improvisación y azar al poder!!! Ahora, en Myanmar me tendría que replantear mi odio a la lluvia para no amargarme el viaje, por lo que veo…

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    • Laura R.
      26 julio, 2015 at 18:03

      O no venir en temporada de lluvias, que igual es más fácil… 😉

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