Se me hace raro pasear por Bangkok como si nada hubiera pasado en el templo de Erawan. No es miedo ni inseguridad, simplemente perplejidad ante la normalidad con la que la ciudad parece haber reaccionado al ataque terrorista. Los mercados siguen funcionando non-stop, la vida en la calle sigue intacta y Khao San sigue siendo tan bulliciosa como la recordaba. Nada parece haber cambiado en una ciudad tan acostumbrada a sobrevivir a su propio caos que no está dispuesta a perder ante la locura de nadie.
Solo la excesiva presencia militar en las calles recuerda que son días de excepción en Bangkok. Creo que nunca había visto a tanto militar suelto en mi vida y, la verdad, impone bastante. Se supone que es por ‘nuestra’ seguridad, pero no dejan de darme malas vibraciones. Los autobuses también están llenos y sus miradas clónicas – severas y alertas- no dan pie ni a un simple «hola» en tailandés. Los habitantes de Bangkok, sin embargo, parecen no darse cuenta de su presencia. Solo los periódicos hablan de lo sucedido hace unos días; la gente en la calle prefiere pasar página y seguir con sus vidas. «Ellos quieren quitarnos nuestra vida, no podemos permitírselo y cambiar nuestra manera de hacer ya es entregarles una parte de ella», nos empezó a contar una mujer en el autobús.
Y no le faltaba razón. De origen inglés, la mujer comparaba la manera de reaccionar de occidentales y tailandeses ante este tipo de situaciones. «En Inglaterra estaríamos todavía lamentándonos y encerrados en casa paranoicos». No en Bangkok. La gente sigue acudiendo a los templos y nosotros, los turistas, seguimos haciendo lo que se hace en Bangkok, que no es otra cosa que alternar visitas a templos con compras compulsivas en los mercadillos y cervezas en locales con música en directo. Y así debe ser por más raro que me pareciera estar caminando hacia el Palacio Real rodeada de centenares de personas.
No dejaba de preguntarme lo absurdo de todo. De la capacidad de las personas para insensibilizarse ante cosas como las sucedidas por culpa de la locura radical de todavía no se sabe quién, pero también de lo mal que estamos como sociedad. ¿No sería más fácil para todos ser algo más tolerantes y dejarnos en paz los unos a los otros? ¿Y qué me decís de los mecanismos que como humanos tenemos para ser capaces de pasar páginas ante situaciones así y lo difícil que después nos resulta hacerlo con otras? Por no hablar de lo volátil que es todo: nosotros, el tiempo y nuestras historias.
Por eso, creo, me gusta tanto la manera de afrontar la vida en general que tienen en el sudeste asiático. Mucho más pragmáticos que nosotros, no se aferran a lo que no depende de ellos y asumen que las cosas pasan y poco más se puede hacer que seguir adelante. ¿Conformismo? Puede. ¿Calma? También. Me da la sensación que afrontan el día a día con menos dramatismo que nosotros y eso no puede ser malo.
1 Comment
El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
17 septiembre, 2015 at 1:35Nos educan/programan para vivir en el miedo, las frustraciones, los temores… yo echo en falta tantísima espontaneidad en todo lo que hacemos y decimos (y yo el primero…)