Visitar por segunda vez un país te permite descubrir esos pequeños tesoros que normalmente se quedan fuera de ruta cuando aterrizas por primera vez con tu lista de ‘must’ recopilados de aquí y de allá. Sin la presión de no dejarse nada importante por ver, una puede permitirse el lujo casi de señalar al azar un rincón del país y ver cómo se puede llegar hasta allí para conocer otros lugares menos turísticos. O, simplemente, para viajar más despacio.
Bangkok, Chiang Rai, Chiang Mai, Sukhothai y Ayutthaya fueron mis imprescindibles de Tailandia hace cinco años. Un lustro después, y con el visado a punto de expirar, algunos de ellos se han repetido, pero también se han unido a la check list pueblos tan turísticos pero con encanto como Pai, islas y lugares que seguramente a pocos sonarán como Nong Khai, Pak Chong y el Khao Yai National Park. Lugares, estos últimos, que configuran una Tailandia alternativa que nadie debería perderse ya que permanecen, en cierto modo, ocultos a la mayoría de viajeros.
Pak Chong y el parque nacional de Khao Yai
A unas tres horas de Bangkok, el Khao Yai National Park fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2005 por la Unesco y representa una de las mayores masas forestales del sudeste asiático. Sus más de 2.000 kilómetros cuadrados preservan centenares de especies animales y vegetales y unos 50 kilómetros de senderos por los que merece la pena perderse en busca de monos, elefantes, aves y algún que otro tigre.
Aunque cada vez son más los turistas que se acercan a sus instalaciones, el parque sigue siendo un reducto de los habitantes de Bangkok y del noreste del país. Especialmente durante el fin de semana. Si una se acerca un martes, como fue nuestro caso, apenas se cruza con tres o cuatro grupos a lo largo de la jornada. Cosa que se agradece.
La mejor manera de acceder a él es a través de Pak Chong. Los resorts empiezan a aglutinarse a lo largo de la carretera que separa el pueblo del parque -unos 40 kilómetros de distancia-, aunque es posible encontrar alojamiento relativamente asequible en el la ciudad. No hay excesiva oferta, pero algo se encuentra si se busca. El Rimtar inn fue nuestra opción por 900 baths con desayuno, aire acondicionado y una piscina que no llegamos a utilizar. Una vez instalados, existen dos opciones para acercarse al parque: contratando un tour o por cuenta propia.
No soy muy de tours, especialmente tras la experiencia en Chiang Mai, pero acabamos decantándonos por esta opción al ser la más fácil si vas con el tiempo justo. Khao Yai no es para nada barato sea cual sea la opción escogida. La entrada al parque son unos 500 baths, lo mismo que cuesta un ranger para guiarte por los senderos más exigentes. El taxi hasta allí ni os cuento, echadle alrededor de 1.000 baths. Nuestra excursión de 12 horas (de siete a siete) costó 1.600 baths por cabeza con entrada, guía, traslado y comida. Pudimos ver varios monos trepando por los altos árboles de la selva de Khao Yai y a una manada de elefantes comiendo entre la maleza de una colina. No era la primera vez que veía elefantes, pero sí en libertad. Escuchar como parten ramas y troncos y se llaman unos a otros es simplemente hipnótico. Tanto que vuelves a sentirte niña y la ilusión poco a poco te desborda hasta subirte a la pick up con una sonrisa de esas tontorronas.
Se vean animales o no, el simple hecho de pasear por entre árboles milenarios y espesa maleza merece la pena. Se respira aire fresco y una recarga pilas. En silencio y con cuidado de no pisar nada inadecuado, una camina envuelta en los sonidos de pájaros, insectos y todo tipo de animales que parecen estar saludándote. No sé, tal vez sea yo que me encanto con estas cosas, pero en el Khao Yai una está en contacto con la naturaleza más auténtica. Tanto que a dos chicas de nuestro grupo les ‘atacaron’ varias sanguijuelas. A una en la barrida; a otra, en el pie pese a que todos llevábamos una especia de bolsas de pan en las piernas para evitar sus mordeduras. Ya os digo que soy yo y los gritos se habrían escuchado en Barcelona.
Pak Chong, por su parte, cumple a la perfección con el papel de base de operaciones. Se llega a ella por carretera en autobús (106 baths) o furgoneta (160 b) o a través del tren. Desconozco cómo es ir en tren, pero sí puedo deciros que el autobús es de esos tan viejos que es normal que explote una rueda y te quedes tirado un buen rato en la carretera. Las furgonetas son mucho más rápidas, eso sí, te dejan en medio de Victory Monument. Y cuando digo en medio, es en medio. En plena carretera de Bangkok.
No tuve demasiado tiempo para explorar la ciudad ni tampoco me acerqué al Night Bazar, pero sí a una especie de feria gastronómica que se encontraba junto a un enorme parque en la carretera principal. Se comía bien y por un precio razonable de unos 50 baths por plato y con música en directo.
Nong Khai y el Mekong
Las tres horas que separan Bangkok de Khao Yai se antojan poca cosa si las comparamos con las 14 horas a las que se encuentra Nong Khai de la capital tailandesa o las 10 que necesitas desde Sukhothai, por ejemplo. El esfuerzo, sin embargo, lo vale por el simple hecho de contemplar los atardeceres junto al Mekong.
Nong Khai no cuenta ni con grandes atracciones turísticas ni con servicios dirigidos a los visitantes. Una cafetería mona en toda la ciudad y poca cosa más y ese es, precisamente, su encanto. El simple encanto de no tener que hacer nada más que relajarte y disfrutar de la calma con la que todo se mueve por allí.
Nosotros – mi hermano, mi amiga Vero y yo – nos hospedamos en el Mut Mee Garden, la mejor guesthouse de todo el viaje. Las habitaciones más que correctas si tenemos en cuenta que pagamos solo 300 baths por una triple. El baño era compartido con otra habitación que no estaba ocupada y teníamos ventiladores, suficiente puesto que por las noches las tormentas no faltaban a su cita diaria. Su enorme patio/jardín a escasos dos metros del Mekong invitaba a dejar pasar el tiempo junto a un buen libro, escribiendo, hablando o jugando al uno hasta la hora de dormir. Los tres días que pasamos fueron, sin duda, de lo mejorcito del viaje.
Volví a correr motivada por el camino que bordeaba el río, aunque solo 15 minutos al día debido al 80% de humedad que había en la ciudad. También alquilamos una bicicleta (50 baths al día) para visitar el sicodélico y siniestro parque de las esculturas de Nong Khai. Estatuas gigantes de cuestionable gusto a escasos 20 minutos del pueblo. El paseo es entretenido, especialmente cuando de cruzar lo que vendría a ser una de nuestras autovías se trata. ¡Show!
El puente de la amistad es otro de los enclaves destacados de Nong Khai. No resulta espectacular pero, además de los 4 kilómetros de bici que implica, te permite ver uno de los dos únicos puentes que atraviesan el Mekong. Este une Tailandia con Laos – la capital está a 20 kilómetros-; el otro, está en China. El parte radiofónico del país vecino se escucha desde la orilla de Nong Khai todas las mañanas a eso de las siete u ocho. No te enteras de nada, por descontado, pero tiene su gracia. Como las abuelitas del Sénior Club que todas las tardes acuden a un parque para hacer manualidades y mover un poco el esqueleto.
¿Lo curioso? Que cada día visten de un color diferente a conjunto con la decoración del parque. Y su simpatía. Al vernos hacer alguna que otra foto no dudaron en invitarnos a participar y se encargaron de que nos aprendiéramos sus coreografías. La jefa o, por lo menos, la que parecía más terremoto, no dudó en cogernos de la mano e ir diciéndonos eso de «one, two, one, two, three» para que cogiésemos el ritmo de unos bailes que desde la barrera parecían más fáciles. Fue un momento divertido y entrañable del viaje, de esos que te hacen sonreír de verdad porque no necesitas nada más para ser feliz.
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Tailandia cinco años después
4 septiembre, 2015 at 3:56[…] en el anterior post hablaba sobre lo positivo de volver a un país en el que ya se ha estado. Nong Khai y Khao Yao han sido grandes descubrimientos que, sin duda, no podría haber realizado en un primer viaje en el que hay tanto por ver. Pero […]