Bangkok como principio de todo. De este viaje y del que hace cinco años comenzó a gestar un no sé qué dentro de mí culpable de que ahora esté sudando la gota gorda en un continente, Asia, que me robó el corazón desde el primer momento. Mi devoción por este rincón del mundo se lo debo a Tailandia y a esa primera ‘excursión’ algo improvisada con Marta.
Una situación de esas que en el momento te parecen el gran drama de tu vida -y que después no lo son tanto- me llevó a estrenar, así a lo loco, un espíritu mochilero que desconocía tener. Fue una decisión más desesperada que consciente y el resultado no pudo ser mejor. O peor si se le pregunta a mi madre. Tailandia, Vietnam, Indonesia, Australia, Costa Rica y, de nuevo, a un sudeste asiático capaz de despertar sentimientos tan contradictorios como adictivos. Y eso me sucede, precisamente, con Bangkok. Una ciudad especial, pero que todavía no tengo claro si me gusta o no.
Creo que sí por la tranquilidad que me genera caminar sin rumbo por sus calles pese a que de tranquila tiene poco una ciudad que cuenta con unos 16 millones de habitantes aproximadamente. Me sucedió este jueves en mi tarde-noche express en Bangkok mientras paseaba por el distrito financiero y la interminable Silom Road. El hotel de esa primera noche estaba en una zona que poco tiene que ver con la mochilera Kao Shan Road, ‘guetto’ en el que ya dormí en mi primera visita. Esta vez opté por la calma del Chek Inn Silom y su cama king size por 25 euros la noche. Los inicios son importantes y comenzar un largo viaje descansada, también.
Dicho esto, existen opciones mucho más económicas en Bangkok. Y, por supuesto, mucho más lujosas. Eso depende del bolsillo de cada uno. Kao Shan Road está bien si uno no aspira a dormir demasiado o si su sueño, afortunado él, es de esos que no se alteran con nada. Abundan los bares, los restaurantes y los puestos callejeros de comida y de souvenirs. Es el núcleo por excelencia del alojamiento low cost y merece la pena dejarse caer se quiera o no dormir allí. Como por sus principales atracciones turísticas. En Bangkok no pasa nada por ser ‘mainstream’.
De hecho, os perderíais gran parte de lo que es la ciudad evitando los lugares más populares y concurridos por los turistas. Uno no puede dejar de visitar, por ejemplo:
- El gran Buda reclinado. Sus 46 metros de longitud lo convierten en el más grande de Tailandia
- El Gran Palacio. Solía ser la residencia real y su color dorado y enormes pagodas así lo testifican.
- El Buda esmeralda. Dentro del Gran Palacio y enano en comparación al Buda reclinado. Hace unos años no estaba permitido hacer fotos y no cuela hacerlas disimuladamente. Recuerdo que nos pillaron y nos querían hacer borrar las imágenes.
- Chinatown. De noche, sus puestos callejeros son deliciosos. De día, la locura comercial ‘made in China’.
- El mercado nocturno de Patpong, conocido por sus imitaciones y sus shows no aptos para la mayoría de públicos
La sexualidad es, tal vez, lo más negativo de una ciudad que todavía sigue siendo centro importante del turismo sexual para muchos occidentales. También su suciedad y su tráfico de locura. La contaminación es considerable, pero se compensa con los deliciosos aromas que ascienden de los puestos de comida callejera que uno encuentra a cada dos metros desde primera hora de la mañana.
A las 7 uno ya puede hacerse con un rico curry o una sopa de esas con mucho condimento. En bolsas de plástico, como muchas bebidas, son el desayuno de los tailandeses que entran a trabajar. O la comida. Y esa fruta multicolor. Como Bangkok. Una ciudad que parece encantada de conocerse y que sin darte cuenta te conquista poco a poco. Del amor al odio y, de nuevo, al amor. No podría vivir en ella, pero creo sinceramente que hasta a los más reticentes acabaría por parecerles un lugar amigable en el que superar muchos prejuicios. Pero si lo hacen, advierto de antemano, estarán perdidos. No podrán dejar de sonreír.
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