Los principios nunca son fáciles. Sí, la sabiduría popular no habla de principios sino de finales, pero comenzar algo suele ser más complicado de lo que parece por más que se trate, por ejemplo, de algo que llevas preparando durante meses. El vértigo es constante y las dudas de si has acertado o de si serás capaz te rondan la cabeza con la misma intensidad que antes lo hacía ese nuevo proyecto -vital, profesional o sentimental- con el que no podías dejar de soñar.
Miedo a fracasar. Miedo a que ese final no lleve al principio esbozado entre mil ideas trazadas y horas de sueño perdidas. De ahí la parálisis que provocan los primeros pasos y, de ahí, esta manía de borrar y volver a empezar a cada tres líneas escritas. A estas alturas de la película o del viaje debería haber publicado ya algún post, pero no ha habido manera. Primero fue el cansancio, después la socialización obligada con los compañeros de guesthouse y, por último, la falta de inspiración. Tantos años dedicada a juntar palabras y, ahora, cuando se trata de escribir de lo que me gusta, no hay manera. O, por lo menos, sin caer excesivamente en el sentimentalismo y la filosofía barata que es lo que me pide el cuerpo.
Estoy con las emociones a flor de piel. Supongo que es normal cuando una se embarca en una aventura como la de La Nomadista y todavía no se ha sacudido el jet lag de encima. Hoy me he dormido en dos ocasiones, solo segundos, encima de una moto. Suerte que aquí las motos tienen un ritmo más similar al de los triciclos, sino el final podría haber sido algo más trágico en medio de la vorágine que domina la jungla de asfalto que son las carreteras birmanas.
Sí, estoy en Birmania o Myanmar como se hace llamar ahora el país. Un país del que grandes escritores han dicho maravillas y del que me dispongo a disfrutar en los próximos 24 días. Poco a poco, como se hacen las cosas por esta parte del mundo. Si no hay electricidad y no funciona el wifi, pues no se conecta una. Si no hay agua caliente, pues agua fría en la ducha que con la humedad que hace hasta se agradece y si toca un día tranquilo sin nada que resaltar, pues ya llegaran otros en los que se acumulen las cosas a contar. El error está muchas veces en las ansias con las que nos tomamos las cosas. Sin pausa y con la necesidad imperiosa de resultados inmediatos y a nuestro favor. Si son en nuestra contra entonces ya no nos interesan tanto.
Pasa en la vida y pasa en un viaje y, en ambos casos, soy una experta en no hacer caso de mis propias palabras. De ahí lo raruno de estos primeros tres días y la necesidad de ubicarse no geográficamente, pero sí emocionalmente para recordar cómo he llegado hasta aquí. A Myanmar previo paso por Bangkok y a esta especie de limbo personal del que me preocupa de una manera algo absurda que me cambie en exceso la vida… o, por lo menos, la parte que me importa de mi vida. Esa que está en Barcelona y junto a la gente a la que quiero, que cada vez es más.
Tres, cuatro o cinco meses. Si lo pienso no es tanto tiempo. Nada de lo importante cambiará y, si lo hace, es porque no lo era tanto. Lo que tenga que ser, será que dicen. O fluir, una palabra que todos deberíamos aplicarnos mucho más a menudo. Si no tengo ni idea de la ruta que voy a seguir en los próximos días, cosa que debería solucionar en breve, cómo voy a pretender saber qué pasará de aquí a unos meses.
Solo espero, por lo menos, que Emirates me vuelva a tener en consideración y me regale un regreso a casa a lo grande, es decir, en clase business. Una se acostumbra pronto y fácil a lo bueno. Y lo bueno, como diría personas de esas que aparecen en tu vida porque sí, está en el ‘here and now’. Y ese aquí y ahora es Mandalay, pero también vosotros. Y esta web que prometo empezar a llenar de contenido, ideas y consejos desde ya. Lo difícil, como decía, es empezar. Da igual si mejor o peor, pero hacerlo. Ponerse en marcha sin mirar excesivamente atrás ni pensar demasiado e ir sumando pasos, experiencias, post o países. Ahí cada cual elige qué coleccionar. Yo, de momento, picaduras de mosquito. La última, en el párpado.
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