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Vértigo ante lo desconocido

Hace meses que tomé la decisión y, sin embargo, el tiempo se me ha vuelto a echar encima. Como siempre. No fue hasta hace apenas dos semanas cuando fui capaz, por fin, de comprar el billete de ida a Bangkok y en seis días, sí, en menos de una semana arranca una aventura que originalmente debía haber comenzado hace un mes y no en Tailandia, sino en Malasia. Un carrusel de cambios – y los que prefiero ahorrarme- que demuestran que las decisiones, además de tomarlas, hay que ejecutarlas.

Un mes de antelación para mi primer viaje en solitario a Indonesia. Dos para la aventura australiana y solo tres semanas para mi primer viaje sin billete de vuelta. A más riesgo, más demora. Patrones de conducta que, pese a tenerlos controlados, son difíciles de cambiar cuando entra en juego el vértigo, que no el miedo. Las excusas se multiplican para aplazar eso que sabes que tienes, pero, sobretodo, quieres hacer. Algo absurdo, ¿verdad?

Hace mucho que tenía claro que quería dejar el trabajo y ‘regalarme’ un tiempo sabático para cumplir un sueño que ahora también es proyecto profesional. Trabajé durante meses para ejecutar esa decisión de la mejor manera posible, que no en el mejor momento possible. Nunca lo es. Lo más difícil fue comunicárselo a mis padres. Costó también dar el paso de informar a mis superiores de la decisión, aunque mucho menos. Y, sin darme cuenta, el trabajo de la última década ya tenía fecha de caducidad. En concreto, el 27 de mayo.

Lo difícil comenzó a partir de entonces. ¿Raro? No tanto como podría parecer. En el fondo, todos sabemos en nuestro interior cuando una decisión es la correcta por más difícil que sea se trate de dejar un trabajo de toda la vida o poner fin a una relación, por citar dos ejemplos. Algo en nuestro interior sabe que es lo correcto por mucho que nos asuste y, una vez superados o aceptados nuestros miedos, es relativamente fácil dar ese primer paso. Lo realmente complicado es dar el segundo. Ahí es cuando aparece el famoso vértigo.

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Pasado el subidón inicial y esa sonrisa tonta y orgullosa que no puedes dejar de mostrar llega el momento más crítico de todos. ¿Y qué hago yo ahora? Da igual que lo tuvieras claro hace unos días o semanas. La razón se nubla y las dudas y la añoranza se conjuran para bloquearte ante lo desconocido. ¿Y si me he equivocado? ¿Y si no sale cómo había pensado? ¿Y si fracaso? Y si, y si… Las mismas dos palabras que hasta hace unas semanas utilizabas para motivarte -ya se sabe que es mejor arrepentirse de lo hecho que de lo no hecho- se convierten en enemigo peligroso. A mí me ha pasado. Y si no me lee ni mi familia y a nadie le interesa lo que pueda contar en La Nomadista… Y si todo esto no me sirve para mi futuro profesional… Y si me entra el agobio en medio del viaje y descubro que no estoy hecha para irme tanto tiempo…

Ante tanto » y si…» opté por la vía drástica. Billete comprado y a comprobarlo no en el sofá de casa o charlando con amigos, sino allí. En Myanmar, primero, y después en Tailandia, Malasia… ¿Por qué os cuento todo esto? La verdad, no lo sé muy bien. Mi idea inicial era simplemente hablar del vértigo ante el largo viaje que comienza en pocos días, pero he acabado divagando sobre decisiones importantes y el nudo en el estómago o la garganta que produce enfrentarse a lo que uno no conoce. Nos paraliza mover esas fichas tan bien puestas por el desastre que pueda provocar sacarlas de su posición. A mí también. Pero el riesgo también es adrenalina y, en una balanza, la ilusión por las posibilidades que podrían abrirse ante mis ojos pesa mucho más que el miedo a perder algo que sé que no me acaba de convencer.

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¿Conformarse o atreverse? No hay una mejor opción. O sí, pero eso cada uno debe decidirlo. Personalmente, me quedo con la segunda. La sensación de estar siendo valiente, pero no de cara a los demás, sino de cara a una misma compensa con creces los momentos de indecisión y de agobio y las situaciones inesperadas con las que toca lidiar porque no dudéis que cuando una pieza se mueve, todas las demás también lo hacen. A veces, para bien, otras para mal y otras, simplemente, generan nuevas situaciones con las que no contabas.

No me voy como me habría ido hace un mes y medio. Tengo muchas más dudas y miedos y la mochila, que tan meticulosamente había intentado vaciar, vuelve a estar bastante llena. Compensaremos su peso con menos equipaje y todavía más optimismo y esperanza de que las cosas saldrán bien durante el viaje y, también, a la vuelta. Sé, de una manera u otra, que así será. Cuando uno es coherente con uno mismo, al final, acaba encontrando la manera.

Llevo casi tres años instalada en el vértigo. Durante este tiempo lo he sentido al embarcarme en mi primer viaje en solitario a Indonesia y en el segundo a Australia, al enamorarme intensamente y al sufrir todas sus consecuencias, al decepcionarme como nunca y al convivir laboralmente con alguna mala gente (la minoría, por suerte), al despedir a un ser querido y al ser arrollada por un coche en medio del Caribe, al decidir que quería hacer con mi vida y saltar al vacío, al dar segundas oportunidad que no sabes si van a tener un final distinto al de la primera vez… Vértigo y más vértigo, ¡bendito vértigo!

El vértigo es señal de que nos enfrentamos a cosas incómodas. A veces difíciles, otras incontrolables, pero cosas que nos hacen avanzar. Avanzar es vivir. Especialmente, cuando ese vértigo nos lo generamos nosotros mismos. La receta es sencilla, que no fácil: ser más fuertes que él. Y vale, mucho, la pena.

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PD: Intensidad elevada a la máxima potencia, lo reconozco. Efectos del vértigo que me presiona estos últimos días. Los que mejor me conocen saben el mix de emociones en el que ando inmersa estas semanas. Prometo, sin embargo, que una vez puesta en marcha no serán así. Solo alguno de vez en cuando con reflexiones ‘on the road’. Una no puede dejar de ser lo que es, 😉

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