Hay días en los que las circunstancia marcan la escritura. Y hoy es uno de ellos. Mi intención era ponerme a recontar los miles de granos de arena que mi cuerpo y mochila todavía acumulan tras vivir varios días en Fraser Island, pero las 14 horas de autobús hasta llegar a Sydney y el horrible hostel en el que he ido a parar en la gran ciudad hacen inevitable el post sobre lo dura que puede ser, a veces, la vida de un mochilero. Y lo es por mucho que una esté en Australia.
En la lista de hostels australianos, creo que el Maze backpackers de Sydney ocuparía el último peldaño o el primero según cual sea el nombre del ránking. La cocina del Nomads de Noosa estaba algo guarrindonga y escaseaban los utensilios; el Corona de Cairs era pequeño, con solo dos baños por planta, pero todo soportable si lo comparamos con la mugrienta moqueta que cubre todo el suelo del vetusto edificio del Maze. El olor a cerrado y naftalina de mi minúscula habitación de seis no mejora mucho un hostel en el que han sido necesarios diez minutos –los que me tumbé este mediodía en mi litera– para tener la primera picadura. Quiero creer que de mosquito por la roncha de mi espalda… La cocina está limpia, eso sí. Pero a mí ya me pica todo.
Mis compañeros de planta no son, en estos momentos, los mejores posibles. Ingleses borrachos con los que no tengo ninguna intención de interactuar. Llamadme rancia, pero no me apetece. Tampoco meterme en mi habitación, así que es probable que opte por cambiar de hostel aun habiendo pagado ya hasta el domingo. Lo sé, error de principiante, pero está la ciudad hasta los topes y opté por hacerlo a través de la famosa agencia PeterPans… Y yo me pensaba que por ir cargando con una mochila ya era mochilera…¡JA!
No ha sido hasta este viaje cuando he descubierto lo que significa la lotería de los albergues y habitaciones compartidas. En Tailandia, Vietnam o Indonesia tenía una habitación doble o individual por menos de lo que aquí se paga por una habitación, con suerte, de seis personas y mixta con el pertinente riesgo de los ronquidos masculinos. ¿Y cocinar? Pereza máxima. Bolsas de ensalada, latas de atún a precio de oro y algún huevo algo revuelto para las cenas y poco más. Sinceramente, da pereza ponerse a cocinar, pero sobretodo ir cargando todos los días con el aceite, la sal, la vinagreta, los cereales y la leche en un país que, pese a vivir en gran parte de sus mochileros, no tiene el detalle de empaquetar en tamaño XS. No. Venga botellas de dos litros de leche y de zumo, dos docenas de huevos… A veces, resulta difícil saber si no sale más caro ir a hacer la compra o comer fuera. Pero claro, el go out for lunch y dinner conlleva el riesgo de ganarle algún que otro kilo a la báscula… Dios, ¡qué mal y caro comen estos australianos!
Muesli con cereales, dos quesadillas y una hamburguesa XXL han sido, por ejemplo, mi alimento en mi primer día en Sydney. Y un cappuccino. Eso si que saben hacerlo bien. He estado tentada a ir a comer a ‘En casa’, un restaurante español que hay al lado del hostel, pero he optado por no pagar los precios de la carta por una tortilla de patatas que, probablemente, no se parezca ni por asomo a la de mi madre.
¿Qué más? Los autobuses, incómodos para dormir. Creo que prefiero el nocturno que cogí en Vietnam con sus camas en forma de ataúdes que no los de toda la vida. Las primeras horas son llevables, pero después desearías que alguien te cortara las piernas para dejar de sentir ese dolor tan intenso en el empeine del pie y en la rodilla. Las farsas y los mitos sobre lo majos que somos todos los mochileros, además, se desmontan rápidamente cuando de dormir relativamente cómodo se trata. Cada vez que el conductor anuncia que se está a punto de llegar a la próxima parada, el autobús se sumerge en un misterioso desmayo colectivo que se traduce en personas que, por ejemplo, con el bocadillo en la mano se tumban y tapan para parecer dormidos y evitar, en caso de mucha gente, tener que ceder el asiento de su lado. Yo lo he hecho, lo reconozco. Pero es que yo soy majísima por mi misma, no por ser una mochilera enrollada, XD!
Encontrarte con la botella de leche por la mitad tampoco es que sea de lo que más gracias hace. Y pasa. La gente es, a veces, bastante amiga de lo ajeno. Y gastarte unos euros extras en unos mejillones congelados para cocinarlos con vino blanco y que no se abran, una desgracia que nos sucedió a Veronika –la chica alemana de 19 años– y a mí, te deja cara de muy tonta. No he vuelto a verla, pero espero que su insistencia en comérselos no se tradujera en una intoxicación.
Los hola y adiós son constantes en un país en el que parece no haber españoles por ninguna parte. No deja de ser divertido, sin embargo, cuando te vas encontrando a la misma gente a lo largo del camino, especialmente en los autobuses que recorren la costa este y dan para mucho. En las últimas semanas creo haber hecho unas 48 horas para recorrer los escasos 2.500 kilómetros que separan Cairns de Sydney. Las carreteras son horribles, en eso superamos a los aussies. Y a muchos otros, probablemente, en cultura general. El otro día, sin ir más lejos, un canadiense intentó ligar conmigo en la discoteca de Byron Bay, lástima que a decirle que era española su respuesta fuese «oh, que bonito. Tengo ganas de ir por esa zona y conocer España, Perú…». Ni que decir que a la siguiente pregunta yo ya había desaparecido. Hay cosas que no… El fútbol aquí no suele ser una excusa perfecta para entablar conversación en plan:
-¿De dónde eres?
-De Barcelona
-Oh, Messi!
Estas conversaciones no son habituales aquí, mucho más apasionados por el aburrido cricket, los caballos, el fútbol americano y el rugby. Aunque sí que he visto alguna camiseta del Barça por ninguna del Madrid (tomaaaa) y el masajista místico al que fui en Byron Bay me dijo que era blaugrana, bueno, no con estas palabras, es obvio. Por cierto, que echándole morro a la vida este sábado me voy a ver a los Sydney FC de Del Piero gratis. Acreditación periodística. Creo que están en crisis, ya os contaré que tal juegan por estos lares.
Y lo de cargar todo el día con la mochila pequeña con Ipad, documentación y demás cosas de cierto valor es un coñazo. Salvo en Darwin, donde habían armarios que podías cerrar con candado en cada habitación, no hay dónde dejar los objetos de valor si no es pagando un dineral. Así que la espalda contracturada todo el día… A real backpacker…
1 Comment
Marylin
27 agosto, 2017 at 12:30No soy mochilero pero tenía curiosidad de cómo prevenir ser un mochilero desaperecido. No sé si hay lugares donde hacen un log in en un site de su punto de partida
Gracias