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Los 3 ‘enemigos’ de un viaje en solitario

Voy a ser sincera. Hoy tengo un mal día, uno de esos días en los que desde el momento en el que te levantas sabes que va a ser complicado. Da igual que estés en Borneo o en Barcelona. Deseas que el reloj corra más deprisa de lo habitual para volver a meterte en la cama y saltarte todas esas emociones que no sabes por qué han decidido salir precisamente hoy.

Aunque ese hoy nunca es un buen momento. Y cuando una viaja sola hay algunos de esos ‘hoy’ en los que aparece la otra cara de los viajes largos y en solitario. Viajar sola no siempre es fácil, en esto tampoco os voy a engañar. Si alguna o alguno de vosotros está pensando en lanzarse a la aventura de viajar solo -da igual los días- debe saber que habrá momentos complicados, por eso el motivo de este post. Aunque también lo escribo para mí.

Viajar solo no es para todo el mundo. Eso debe tenerse claro. No se necesita ser un superhéroe para lanzarse a la aventura -solo hace falta mirarme a mí con todas mis dudas y debilidades-, pero si tener claro que durante los días que uno viaje solo se acabarán las excusas. Solo tú serás ‘culpable’ de lo que suceda. No habrá nadie con quién compartir decisiones u opiniones. Tú marcarás el ritmo y los aciertos y errores serán solo tuyos, de nadie más.

Suena interesante, ¿no? Sí, pero como todo en esta vida, tiene dos caras. La libertad es maravillosa, pero también pagas un precio por ella. Y no me refiero solo al hecho de que, a veces, ser solo una persona resulta más caro que ser dos o incluso tres.

El principal precio a pagar es el de encontrarte cara a cara con tus miserias. Todos las tenemos. Llamadles miserias, miedos, traumas, complejos… Son palabras que ya no suenan tan bien, ¿verdad?

(c)Verónica Solis

(c)Verónica Solis

1. MIEDOS Y MISERIAS

Pues cuando una viaja sola, se las encuentra. Es cierto que en un viaje de 5 meses aparecerán muchas más veces que en uno de dos semanas. Pero siempre aparecen. Todo se agita y recoloca cuando salimos de nuestra zona de confort. Y no es un tópico.

¿Las mías? Son varias, aunque en este viaje me persiguen dos por encima de todas las demás. La necesidad de tener respuestas y la soledad. No la del viaje, sino la que no quiero encontrarme a la vuelta.

Es curioso, no obstante, cómo van cambiando o reorganizándose los fantasmas a medida que pasan los días. El fracaso era uno de los principales miedos al inicio de este viaje; ahora ya no me preocupa tanto, sé que pase lo que pasé acabaré por sobrevivir. Encontraré la manera. Es esa manera, tal vez, la que me preocupe más. Quiero respuestas, la niña repelente que siempre tenía que tener la última palabra en el colegio y en casa me las exige. Puedo parecer algo loca diciendo estas cosas, pero os puedo asegurar que esa manía de necesitar respuestas, anticipar y esbozar posibles escenarios viene de ahí.

Cada vez pierde presencia, pero en días como hoy resurge con fuerza. Se empieza por un pequeño detalle, un mail que emociona, otro que no tanto y la maquinaria se pone en marcha. Te levantas con ese nudo en la garganta que significa emociones a flor de piel y mil preguntas. Empiezas por cuestionarte tus expectativas y analizando ciertas situaciones y acabas preguntándote si saldrá bien, qué estás haciendo tú aquí o, peor, «qué voy a hacer yo a la vuelta» y por unos segundos te planteas por primera vez «y si compro el billete de vuelta». Pregunta, por suerte, que tiene respuesta. Daniela y Evi llegan en cuestión de días, imposible regresar antes de tiempo.

Te animas. Cargas con el portátil y te vas hacia tu cafetería favorita en Kuching diciéndote que todo pasará. Error. La cafetería no abre hasta dentro de 40 minutos. Dramón.  Vuelta al hostel, haces tiempo y, de repente, tienes ganas de llorar.  Dejas que salgan unas lagrimillas, te desahogas preguntándote por qué lloras si sabes que eres feliz y vuelves a la cafetería. La máquina del café no funciona. Perfecto. Los planetas parecen estar en tu contra. ¿Y ahora qué? Recuerdas que en el restaurante en el que el otro día te diste el lujo de un buen solomillo tenían café y wifi y no te lo piensas dos veces.

Una vez instalada compras el billete para marcharte mañana de una ciudad que te encanta, pero en la que tal vez te has acomodado en exceso. «Igual necesito moverme de nuevo» y te decides. Ya está hecho. Mañana vuelas hacia Kota Kinabalu y te pones a escribir dejando para más tarde buscar hotel. Demasiadas decisiones seguidas en un día en el que dudas de todo.

Y aquí estoy, divagando. Hablaba de los miedos. Por suerte, hay maneras de volver a aplacarlos, que no esconderlos. La primera de ellas es, obviamente, reconocerlos y asumirlos. Tengo un mal día, sí; me asustan las respuestas pendientes, también. ¿Por qué? Sabes las respuestas -tus miserias-. Muy bien, es normal. No hagas un drama de todo esto.

La segunda es meditar. Yo intento hacerlo todas las mañanas una media hora. Y digo una porque hay días en los que mis ojos se abren a los 22 minutos, 25 o incluso a los 18 minutos. Pero tener el hábito de pararse a respirar y parar los pensamientos -conscientes- siempre es una buena manera para reducir la intensidad de las emociones.

Hacer algo que te entusiasme. Piérdete recorriendo la ciudad o pídete un café o dos y escribe, lee o planifica, pero despacio, los siguientes pasos a seguir en tu ruta. No tomes demasiadas decisiones seguidas, aunque sean pequeñas, una acaba saturada de tantas decisiones que debe tomar en solitario. Sonríe a la gente que te saluda por la calle o, mejor, salúdala tú y poco a poco ese agobio irá reduciéndose hasta que el nubarrón acabe por pasar. Los bueno de viajar es que los nubarrones, incluso en temporada de monzón, son menos duraderos que en casa.

(c)Verónica Solis

(c)Verónica Solis

2. SOLEDAD

Viajar sola no es estar sola, pero aun así hay días en los que se echa de menos poder compartir un café, una cerveza o un buen momento con alguien. Sea pareja, amigas, amigos o familia. Alguien que te conozca y que entienda la importancia de lo vivido.

Es inevitable. Sé, por ejemplo, que las dos noches de regalo en The Temple Tree no habrían sido tan extraordinarias de no haberlas compartido con una amiga y que las vistas del Bako National Park habrían sido menos espectaculares de haber hecho el trekking sola. Habría valido menos la pena por el simple hecho de que esos 8km habrían sido mucho más duros de hacer sin nadie con quien hablar en los momentos de mayor debilidad.

Ojo, eso no quiere decir que no se disfrute. Creo que no podría haber disfrutado más en Bagán. Y tampoco en las Perhentian. Solo digo que, a veces, apetece no quedarse para uno esas experiencias. Son demasiadas. Por suerte, la tecnología te permite sentirte muy cerca de los tuyos pese a la distancia.

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3. PROBLEMAS DE SALUD

Las dos primeras dificultades, como veis, tienen que ver con uno mismo a nivel personal. Cosas de coco. La tercera, no. La tercera es palpable y tiene que ver con lo físico y, curiosamente, es para mí la peor.

Se echa realmente en falta tener a alguien que cuide de ti cuando te pones enfermo en un viaje. Los días de vomitera en Pai habrían sido mucho peor de no tener a mi hermano. Tuve suerte. No quiero imaginarse como habría sido no poder casi ni abandonar la habitación y tener que hacerlo para conseguir algo de comida o líquido con el que no deshidratarte. Ni cómo habrían sido los primeros días post accidente en Costa Rica de no haber tenido a Manu a mi lado.

Hace un par de días a punto estuve de caerme redonda al suelo. Empecé a marearme en plena clase de cocina, dejé de escuchar lo que el profesor decía, mi visión se nubló y me corté el dedo picando cebolla antes de caer en una silla y empezar a notar el sudor frío en mi espalda. Fueron segundos no de pánico, pero sí de pensar que quería un sofá familiar y alguien que me trajera una coca cola o algo para subir mis niveles de azúcar. Quiero pensar que fue eso, una bajada de azúcar o de tensión.

Esa tarde no fui persona. Llevaba días agotada y supongo que en ese momento salió todo. Sobreviví, pero fue una tarde complicada. Habría pagado una buena cantidad para tener a alguien que me diera conversación y me animara. El ibuprofeno es un gran aliado, pero insuficiente. Son esos momentos en los que realmente te sientes indefensa y vulnerable. No poder valerte por ti mismo o, no del todo, es duro incluso cuando no se trata de grandes problemas cuando estás lejos de todos.

(c)Verónica Solis

(c)Verónica Solis

4. AUN ASÍ…

Aun así merece la pena viajar solo. Todo pasa, por suerte. El agotamiento, el echar de menos, los sentimientos a flor de piel y las dudas. Aunque, quisquillosos ellos, suelen concentrarse todos juntitos. De ahí la importancia, ante todo, de no dejarse arrastrar por ellos y no perder nunca la perspectiva. Viajar sola a veces cuesta, pero como todo lo que merece la pena en esta vida, ¿no? Si no costara no tendría tanto valor. Y ese es un pensamiento infalible.

No olvidar nunca los motivos por los que estamos haciendo las cosas que hacemos y que nos apasionan. Y qué conocerse uno mismo es duro, pero es lo mejor que podemos hacer en esta vida. Y sumar experiencias, personas y nuevas ideas a nuestra vida. Así que solo hay que tratarse bien, ser un poco indulgente y menos dramáticas y alimentarse e hidratarse bien. Pautas sencillas con las que ‘sobrevivir’ a los días (de mierda) malos o regulares. Aquí en Borneo y en casa con nuestra rutina. Qué queréis que os diga. Yo me quiero hasta en esos momentos, no cambio la intensidad de lo que siento por nada del mundo. Aunque eso a veces me haga cuestionármelo todo.

 

6 Comments

  • El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
    18 octubre, 2015 at 0:50

    A mi me encanta viajar solo, ya lo sabes, pero es verdad que hay momentos duros. En mi caso, sobretodo ésos en los que echas de menos tener a alguien con quien compartir un lugar encantador, una cerveza, una conversación… pero al final creo que lo compensa el hecho de disfrutar al máximo de tu libertad individual, tu capacidad de improvisar en cada momento en función de lo que te apetezca sin renuncias individuales, tu mayor apertura de miras y de comunicación hacia los que te rodean (por muy desconocidos que sean)… y lo que tú decías: afrontarse a uno mismo, a nuestras propias miserias y flaquezas, es la mejor manera de conocerse, aceptarse y ‘mejorarse’ a uno mismo. Y, muy importante para mi, a aprender a no tomarnos en serio (eso es algo que me enerva de la gente; el creerse demasiado a sí mismos y darse transcendencias angelicales). Aprender a depurarnos, moldearnos y sacar nuestro mejor ‘yo’, al final, también acabará repercutiendo en positivo en los que nos rodean en nuestro día a día. Disfrútate para que luego podamos también disfrutarte mejor!!

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    • Laura R.
      18 octubre, 2015 at 3:57

      Que cosas más bonitas que dices Mr.Harvey, gracias. Se agradece que haya personas a las que no les de miedo expresarse. Y si, totalmente de acuerdo con lo que dices, especialmente con lo último. Nada de tomarse muy en serio y aprender a depurarse para volver todavía mejores, XD!

      Reply
      • El futuro marido de PJ Harvey aunque ella no lo sepa aún...
        22 octubre, 2015 at 1:06

        Y si nos da miedo expresarnos, patada en la entrepierna a nuestros miedos! Zas! Boom! Choff! Ganas de ver tu versión mejorada a la vuelta… ;D

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        • Laura R.
          22 octubre, 2015 at 4:38

          Ahora me siente presionada… tendré que aplicarme, jeje!

          Reply
  • Veronica
    18 octubre, 2015 at 16:36

    Como sabes yo nunca he viajado sola, y me siento orgullosa de que tu puedas hacerlo y que tengas esa gran voluntad. Compartir ese mes contigo fue estupendo, y tus miedos (cosa que me repetiste), no tienen que impedir que llegues a la meta. A veces puedes hacer como si esto no lo hubieras oído, pero no puedes ignorarlo siempre. Tienes que conseguirlo y seguir adelante con tus sueños y que los fantasmas no se conviertan en una neblina que tape la meta que tenias. ANIMO

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    • Laura R.
      22 octubre, 2015 at 4:37

      Gracias Vero! Llegaremos a la meta aunque sea a empujones con los fantasmas, jeje!

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