Primera mañana de 2017 y yo que me siento muy del 2016 que acaba de terminar. Miedosa, enredada en mis pensamientos y algo desconfiada o incrédula. Se ve que siempre he dicho que soy más de años impares que pares -o eso me recuerda mi hermano y su memoria prodigiosa- y no os podéis imaginar la presión que eso genera. Se supone, entonces, que este 2017 va a ser la bomba. El más mejor de los años, ¿no? No sé porqué, pero diría que es algo que suelo decir cada 31 de diciembre con resultados bastante dispares.
Me conformaría con poder decir de aquí a 365 días que ha sido un año en el que han sucedido cosas interesantes que me han hecho avanzar, aunque no siempre sea por el camino inicialmente trazado. Un año que me ha sorprendido y obligado a ser mejor persona y mejor profesional. Un año en el que las cosas malas me hayan enseñado y servido para crecer y un año en el que cada vez sean más las personas buenas e inspiradoras las que me rodean. Un año intenso, lleno de risas y sentimientos. Un año espontáneo y con sus locuras. Deberíamos hacer más conforme pasan los años. Me da a mí que es una de las maneras más eficaces para luchar contra los miedos y comprobar que realmente pasa poco si las cosas no salen cómo queríamos, si nos hemos equivocado o nos han decepcionado o fallado.
Un año inesperado. Un año en movimiento y en el que pasen cosas porque, al fin y al cabo, eso es la vida. Movimiento. Días y horas que pasan, personas que aparecen y otras que se marchan. Momentos que sumados -y restados- hacen que sin darnos apenas cuenta lleguemos siempre a 31 de diciembre. Un año tras otro. Anoche opté por no hacer propósitos de año nuevo. ¿Para qué? Todo el mundo sabe que los primeros ya empiezan a incumplirse el día 1. ¿Beber menos café? Sí, muy bien. Ya van dos. ¿Darle menos vueltas a las cosas? ¡Ojalá! ¿Os he contado ya que ando enredando el ovillo de mis pensamientos? A lo largo del 2016 he añadido ya suficiente frustración, propia o ajena, com para incrementarla con buenas intenciones que de poco sirven si no hay voluntad. Y, seamos sinceros, acostumbramos a dejar para este tipo de ocasiones las que sabemos que más nos van a costar o menos nos apetecen.
Eso sí, en cuanto acabe este post tengo intención de trazar o dibujar lo que llaman el mapa del tesoro de 2017. Objetivos y no solo deseos para el año que comienza. Objetivos específicos en aspectos concretos de la vida. Lo que vendría a ser un esquema de lo que quiero lograr este año. Está claro que no todo es tan fácil com ponerse a escribirlo ya que, para empezar, no todo depende solo de nosotros mismos. Pero ayuda a visualizar lo que realmente nos importa o lo que este año que ha terminado no ha sido posible conseguir, pero realmente queremos para nuestra vida. Y valorar, también, si realmente estamos dispuestos a pelear por ellos. Si vamos a ser capaces de comprometernos e implicarnos con nuestra vida. Recuerdo haber hecho algo similar para 2015 y (ojo, año impar) logré lo que más quería: ser capaz de dejar mi zona de confort y marcharme a viajar por el mundo. Incluso una persona que quería que regresara a mi vida, regresó. El problema fue, tal vez, que no detallé cómo quería que regresara y se me acabó por ir de las manos en 2016.
Así que creo que puede ser una buena idea aprovechar este primer día de 2017 para decirle claramente a este año que empieza que con mis miedos y cosas varias, que son bastantes, estoy aquí dispuesta a confirmar que los años impares me gustan todavía más que los pares. ¡Así a lo loco y deseando, por lo bajini, que sea cierto! Antes, sin embargo, creo que no está de más hacerle justicia al 2016. Con sus cosas muy malas y sus cosas muy buenas, pero sobretodo con todo lo que espero haber aprendido. Algunas cosas sé que todavía no he terminado de digerirlas y asumirlas. Espero ir haciéndolo poco a poco en los primeros compases de año. Realmente han sido muchas en un año en el que me he encontrado más perdida que nunca.
Estas últimas semanas, curiosamente cuando mejor se han puesto las cosas tras un año realmente convulso y complicado, he descubierto que quedan muchas cosas por acabar de digerir. Cosas que han dejado cicatrices que han vuelto a supurar cuando alguien las ha acariciado. Miedos que han regresado a escena al ver que las piezas, después de todos estos meses, empiezan a encajar. Somos raros y complicados hasta para esto los seres humanos. Quiero encajar piezas y caricias en 2017. Personales y profesionales. Las quiero de verdad, pero me cuesta acostumbrarme a la luz cegadora que hay después del túnel. Los primeros pasos siempre son torpes. Y aquí estoy, con una torpeza incrementada a la enésima potencia, tratando de recordar que el miedo deja de ser útil cuando nos paraliza. Que la posibilidad de perder no debe hacernos renunciar a ganar y que incluso en los peores momentos siempre hay brotes verdes
Lecciones para no olvidar en 2017
Y es que este 2016 que ayer despedimos me ha dejado muchas lecciones que me gustaría compartir con vosotras. Seguramente sean bastante evientes, pero hasta hace poco no había comprobado lo mucho que cuesta, a veces, la práctica por más que nos sepamos la teoría. Ahí van:
Perderse nada tiene que ver con no saber qué hacer. Todos tenemos derecho a no saber qué queremos de la vida en algún momento u otro. Y no hay nada de malo en pasar por una época así. Perderse, y eso es realmente lo malo, es no saber quién eres u olvidarlo. Dejar de quererte poco a poco.
No hay decepción que duela más que la propia. Y es esa y no la de los demás la que provoca que una se pueda perder. En 2016 me decepcionaron como nunca, pero no puedo decir que no estuviese avisada. Confié y lo puse todo del lado equivocado permitiendo cosas que nunca creí que permitiría. Comportamientos totalmente alejados de mis valores y me dolió mucho, sí, la forma en que la decepción tomó forma. Pero, lejos de lo que me esperaba, esa decepción tardó menos de tres meses en dejar de doler. Lo que sigue doliendo son sus efectos tan culpa mí como de quiénes los provocaron.
Priorizarse. Esta lección nada tiene que ver con el egoísmo que, todo sea dicho, viene bien de vez en cuando. Sino con no olvidar que nada ni nadie es más importante que tú. Nada ni nadie se merece que te olvides de lo que quieres, de lo que es mejor para ti. Vuelvo a lo de saber quién eres y qué quieres. Con esas dos ideas bien sólidas es mucho más fácil afrontar las cosas malas de la vida y de las personas, incluso las tuyas.
Nada es blanco o negro. Incluso en los peores momentos suceden cosas buenas que te hacen sonreír. Puedo garantizarlo. Y, aunque suele a tópico, nunca se sabe lo que puede pasar. Todo lo bien que pinta este nuevo año empezó a gestarse probablemente en los peores momentos de 2016. Tanto a nivel profesional como personal. Sin saberlo entonces, en aquellos momentos entraron dos personas realmente especiales y buenas en mi vida. Las mismas, ni tan buenas ni especiales, que se marcharon. Y sin quererlo, la ilusión de un proyecto como Indie Lovers me permitió no solo disfrutar de mi otra gran pasión, la música, sino abrir puertas en un sector del que estoy a punto de estrenarme como profesional de la comunicación. Así que me he plantado en este primero de año con la sensación de que 2016 ha sido duro y complicado a nivel personal, pero no un año para olvidar como me esperaba en verano. Lo malo ha sido bastante malo, pero me vienen a la cabeza sobretodo entrevistas inolvidables, conciertos de esos de piel de gallina, noches eternas de risas y gintonics, ideas y proyectos que sé que pondré en marcha este 2017, más noches eternas en el Caribe y gente que confió y confía en mí. Me quedo con eso. Incluso con los buenos momentos que también me han proporcionado los que ya no están.
2016 me ha obligado a mirarme a la cara y descubrir muchos miedos y fantasmas que no sabía que tenía. Me ha puesto a prueba en muchas situaciones. De algunas he salido airosa. De otras, no tanto. Pero también me ha enseñado mucho. A pasar página, a saber dónde están los límites y a darme cuenta de que, pase lo que pase, todo pasa. Y mucho más rápido de lo que nos pensamos. Lo bueno, sobretodo. Pero también lo malo y eso, dentro de lo que cabe, tampoco está mal siempre y cuando pongamos de nuestra parte para que se esfume de verdad. Ah, y a tomarme un poco menos en serio. Esto último todavía me cuesta, pero en ello estamos. Y en no dejar de sonreír haciendo lo que más nos guste. Es así, con las pequeñas cosas y los gestos honestos de la gente, que también tiene sus problemas y no debemos olvidarlo, es como se construyen los años, los meses y los días inolvidables.
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