De nuevo en Barcelona. Reubicándome en la que sigue siendo mi ciudad favorita del mundo, aunque cada vez la sienta algo más lejana y ajena. Después de cinco meses y medio de viaje por Asia resulta algo extraño e irreal volver a casa, caminar por las calles de toda la vida e incluso tomar café en los mismos lugares de siempre con la misma gente de siempre.
¿Realmente ha existido este viaje o lo he soñado-imaginado? Las muchas fotos en el teléfono y este moreno tan poco invernal me dicen que sí, que ha sido real, pero no miento. Me hice esta pregunta a las pocas horas de aterrizar. Cuesta asimilar que un día te despiertas en Bali con tus shorts y sandalias y al otro estás en Barcelona con ropa de abrigo. Las 20 horas de transición entre ambas situaciones no son suficientes ya que, acostumbrada a los vuelos, tienes la sensación de seguir viajando… y aterrizas en una nube.
«¿Qué es lo que más te ha gustado?», «¿qué país te ha impactado más?», ¿alguna experiencia ‘religiosa?»… y tu cerebro se colapsa incapaz de responder. Demasiadas imágenes y emociones que ahora no aparecen en tu mente. Y te preguntas, «¿ya está? ¿eso es todo?» y te tiemblan las piernas al pensar que igual sí, que eso es todo. Cinco meses y medio que te devuelven a tu realidad de toda la vida «más pobres y más cansados que antes» y que ya no sirven para nada. Pero sí que sirven…
Sirven para saber que es en este momento cuando más útil resulta el Philippino style, es decir, el tomarse las cosas con la calma con la que se las toman en la mayoría de países del sudeste asiático. Todo proceso de cambio requiere su tiempo. Despacito y con buena letra que dirían. Un ejemplo, las elecciones generales de este domingo. El bipartidismo tradicional no puede desaparecer en el primer ‘match ball’ tras 40 años marcando nuestro sistema democrático. Me habría gustado, pero habría sido tal vez un colapso difícil de gestionar conociendo el país. ¿No creéis? Algo similar sucede cuando regresas de una experiencia como ha sido este viaje y te encuentras con una realidad que te recuerda que dejaste el trabajo y ahora toca pensar en cómo poner en marcha esas ideas «tan locas» que llevan meses invadiendo tu mente.
«Philippino style, philippino style», te repites cual mantra mientras te duchas para sacudirte el jetlag. Y, sorprendentemente, surge efecto para mantener a raya a la famosa depresión postvacacional. Y al estrés tan occidental que provoca esa manía de querer tener respuestas inmediatas y de castigarse por perder el tiempo. Sonríes para ti misma. «Va a ser que sí he vuelto diferente», te dices y aplicas todas esas ‘diferencias’ a tu nuevo día a día por más que los gestos serios y la gente maleducada vuelvan a rodearte.
No hablo de conocidos, sino de la gente que te pisa en una tienda y es incapaz de articular un perdón o de los dependientes que ni tan siquiera saludan a sus clientes. O de las prisas con las que hacemos todo. No soy una ilusa. Tengo muchos números de acabar sucumbiendo a este ritmo non-stop y despersonalizado en el que vivimos. Más tarde o temprano acabará afectándome, pero mientras eso sucede prefiero seguir repartiendo saludos, gracias y sonrisas a los desconocidos que se cruzan en mi día a día. Y dejar de correr por todo: por respuestas, por ser la más puntual o por querer hacer tres mil quinientas cosas a la vez. Y luchar por no parecer que también ando cabreada todo el día. De verdad, no es necesario. Las cosas pueden ser más sencillas y tranquilas.
Por eso, no me lamento de estar en Barcelona cuando lo que realmente me pedía el cuerpo era seguir viajando durante unos meses más. Todavía no me he saciado. Estoy aquí por una promesa a mi madre. Fue mi decisión y de nada sirve mantener la mente en la otra punta del mundo. Ni eso me llevaría allí ni tampoco me permitiría disfrutar de las cosas buenas que tiene estar de vuelta en la ciudad más cool del planeta como no he dejado de escuchar a lo largo de este viaje. Y yo, orgullosa. Más todavía desde ayer.
Por más tópico que parezca, todo depende de cómo se miren las cosas. Del vaso medio lleno o medio vacío. Y yo he vuelto dispuesta a que siempre esté lleno. Y con esa convicción seguiré, con vuestro permiso, con el proceso de descompresión, que no es fácil. Ya me he desabrochado el cinturón y los oídos empiezan a destaparse. Ahora solo falta recoger la mochila de la cinta…mucho más vacía de lo que se fue.
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